Dadme pues, la gracia de amaros
Amabilísimo Jesús, oigo que desde el Sagrario en que estáis, nos decís: Este es mi descanso para siempre; aquí tendré mi habitación, pues la escogí.
Justo es que os consagre a lo menos este tiempo (poco o mucho) que me resta de vida…
Pues si Vos escogisteis vuestra morada en el Altar, quedándoos con nosotros en el Santísimo Sacramento, y por el amor que nos tenéis halláis aquí vuestro reposo, razón es también que nuestros corazones habiten siempre con Vos por amor, y tengan aquí todas sus delicias y descanso.
¡Felices vosotras, almas amantes, que no halláis en el mundo más grato reposo que el estar cerca de vuestro Jesús Sacramentado! ¡Y dichoso yo, Señor mío, si de hoy en adelante no tuviese delicia mayor que permanecer en vuestra presencia, o pensar siempre en Vos, que en el Santísimo Sacramento siempre estáis pensando en mí y en mi bien!
¡Ah, Señor mío!, ¿por qué perdí tantos años en que no os amaba? Años míos infelices, os maldigo y bendigo a Vos, ¡oh paciencia infinita de mi Dios!, que tanto tiempo me habéis sufrido, siendo, como era, ingrato a vuestro amor.
Mas con ser tan ingrato me esperasteis…¿Por qué, Dios mío, por qué? Para que vencido algún día de vuestro amor y misericordia, me entregase del todo a Vos. No quiero, Señor, resistir más; no quiero más ser desagradecido.
Justo es que os consagre a lo menos este tiempo (poco o mucho) que me resta de vida. Espero, Señor, que me ayudaréis para ser enteramente vuestro. Si me favorecisteis cuando de Vos huía y despreciaba vuestro amor, ¿cuánto más me favoreceréis ahora, que os busco y deseo amaros? Dadme pues, la gracia de amaros, ¡oh, Dios digno de infinito amor!
Os amo con todo mi corazón, os amo sobre todas las cosas, os amo más que a mi mismo, más que a mi vida. Me arrepiento de haberos ofendido, bondad infinita; perdonadme, y junto con el perdon, concededme la gracia de que os ame hasta la muerte en esta vida, y por toda la eternidad en la otra.
Mostrad con vuestro poder, ¡oh, Dios omnipotente!, este prodigio en el mundo: que un alma tan ingrata como la mía se transforme en una de las más amantes vuestras. Otorgádmelo por vuestros merecimientos, Jesús mío. Así lo deseo; así propongo practicarlo toda mi vida; y Vos, que me inspiráis este deseo, dadme fuerzas para cumplirlo.
San Alfonso María de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento