¡Viva Cristo Rey!
Esta gran festividad fue instituida en 1925 por Pío XI, para honrar al Rey de reyes y Señor de los que dominan.
Hoy es el día de proclamar su realeza, y de decir: ¡Venga a nos el tu reino!, de decir al Padre: «¡Padre, glorifica a tu Hijo!»
«La revolución ha comenzado por proclamar los derechos del hombre, y no terminará sino al proclamar los derechos de Dios». Así decía en el siglo XIX el conde de Maistre.
«Jesucristo no es Rey por gracia nuestra, ni por voluntad nuestra, sino por derecho de nacimiento, por derecho de filiación divino, por derecho también de conquista y de rescate».
«Así que Cristo es Rey universal de este mundo por su propia esencia y naturaleza» (S. Cirilo de Alejandría), en virtud de aquella admirable unión que llaman hipostática, la cual le da pleno dominio no sólo sobre los hombres, sino hasta sobre los Ángeles y aun sobre todas las criaturas. (Pío XI)
Y ¿qué de extraño tiene que sea Rey de los hombres el que fue Rey de los siglos? Pero Jesucristo no es Rey para exigir tributos o para armar un ejército con hierro y pelear visiblemente contra sus enemigos. Es Rey para gobernar los espíritus, para proveer eternamente al mundo, para llevar al reino de los cielos a los que creen, esperan y aman. El Hijo de Dios, igual al Padre, el Verbo por el cual todas las cosas fueron hechas, si quiso ser Rey de Israel, fue pura dignación y no una promoción; fue una señal de misericordia, no un aumento de poder. (S. Agustín)
Conviene, pues, que Él reine, oportet Illum regnare, porque su reinado «es eterno y universal, es un reinado de verdad y de vida de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz» . Quiere ante todo reinar en las inteligencias, en las voluntades y en los corazones de los hombres. Es un reinado antes que todo espiritual: el aparato exterior lo tiene en poco huye ahora del fausto externo, como huyó cuando los hombres quisieron tributarle los honores de rey, y por eso sigue humilde y «escondido en nuestros altares bajo las figuras de pan y de vino».
Esta fiesta viene hacia el final del año litúrgico. Es la coronación de toda la obra redentora de Cristo, corona de todos los santos en la patria celestial. Jesucristo es Rey y lo es ante todo en el altar. En el sacramento de la Eucaristía opera su obra de santificación en las almas, forma de continuo en la Iglesia su «Cuerpo Místico» que un día trasladará al Reino del Padre, para tomar parte en el magno concierto de alabanzas que sin cesar se tributan a la Trinidad Beatísima en el Cielo.
Ordenada por S. S. Pío XI para el día de Cristo Rey
Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros queremos ser y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.