Contemplar en su rostro humano la gloria de Dios

Contemplar en su rostro humano la gloria de Dios

5 de agosto de 2024 Desactivado Por Regnumdei
  Así comenzaba Benedicto XVI sus palabras previas al Ángelus, destacando que después de habernos invitado a seguir a Jesús en el desierto, para afrontar y vencer con Él las tentaciones, nos propone subir junto con Él al “Monte” de la oración, para contemplar en su rostro humano la luz gloriosa de Dios.


Esta realidad puede, sin duda, describir la experiencia que realizan los peregrinos presentes en la plaza de San Pedro para acoger la presencia del Papa y tener luz en su propio caminar. En ellos se vive el anhelo de tener una guía espiritual, una presencia que orienta a los valores del evangelio y que acompaña e ilumina la propia realidad.  

“Todos tenemos necesidad de luz interior para superar las pruebas de la vida -dijo- Subamos con Jesús al monte de la oración, y contemplando su rostro lleno de amor y de verdad, dejémonos colmar interiormente de su luz”.

El momento de la transfiguración del Señor, que nos relata el Evangelio de hoy, es una invitación a poner los ojos en el esplendor de la gloria divina, que Jesús nos ha traído y hacia la cual hemos de caminar, siguiendo sus palabras y su ejemplo. Que, en este tiempo de Cuaresma, todos nos sintamos animados por la gloria de la Pascua, y fortalecidos por la Palabra de Dios en el camino de conversión para llegar a ella. Feliz domingo! 


¡Queridos hermanos y hermanas!

Este domingo, el segundo del tiempo de Cuaresma, se caracteriza como el domingo de la Transfiguración de Cristo. En efecto, en el itinerario cuaresmal, la liturgia, después de habernos invitado a seguir a Jesús en el desierto, para afrontar y vencer con Él las tentaciones, nos propone subir junto con Él al “Monte” de la oración, para contemplar en su rostro humano la luz gloriosa de Dios. El episodio de la transfiguración de Cristo es testimoniado en forma unánime por los Evangelistas Mateo, Marcos, y Lucas. Los elementos esenciales son dos: sobretodo, Jesús sube con los discípulos Pedro, Santiago y Juan a un monte alto y allí, “se transfiguró en presencia de ellos” (Mc 9,2), su rostro y sus vestiduras irradiaban una luz brillante, mientras junto a Él aparecieron Moisés y Elías; en segundo lugar, una nube envolvió la cima del monte y desde allí salió una voz que decía: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo» (Mc 9,7). Entonces, la luz y la voz: la luz divina que resplandece en el rostro de Jesús, y la voz del Padre celeste que testimonia por Él y pide que se le escuche.

El misterio de la Transfiguración no se separa del contexto del camino que Jesús está recorriendo. A este punto, Él se esta dirigiendo con decisión hacia el cumplimiento de su misión, sabiendo que, para alcanzar la resurrección, deberá pasar a través de la pasión y la muerte en la cruz. De esto ha hablado abiertamente a los discípulos, los cuales, sin embargo, no han comprendido, y más bien rechazan esta prospectiva, porque no razonan según el pensar de Dios, sino el de los hombres (cfr Mt 16,23). Por esto Jesús lleva consigo tres de ellos a la montaña y revela su gloria divina, esplendor de Verdad y de Amor. Jesús quiere que esta luz pueda iluminar sus corazones cuando atravesarán la total oscuridad de su pasión y muerte, cuando el escándalo de la cruz será para ellos insoportable. Dios es luz, y Jesús quiere donar a sus amigos más íntimos la experiencia de esta luz, que habita en Él. Así, luego de este evento, Él será en ellos luz interior, capaz de protegerlos de los asaltos de las tinieblas. Incluso en la noche más oscura, Jesús es la lámpara que no se apaga nunca. San Agustín resume este misterio con una bellísima expresión: “Lo que para los ojos del cuerpo es el sol que vemos, lo es (Cristo) para los ojos del corazón”. (S. Agustín, Discursos 78, 2).

Queridos hermanos y hermanas, todos nosotros necesitamos la luz interior para superar las pruebas de la vida. Esta luz viene de Dios, y es Cristo quien nos la da, Él en el que habita toda la plenitud de la divinidad (cfr Col 2,9). Subamos con Jesús al monte de la oración y, contemplando su rostro lleno de amor y verdad, dejémonos colmar interiormente de su luz. Pidamos a la Virgen María, nuestra guía en el camino de la fe, que nos ayude a vivir esta experiencia en el tiempo de la Cuaresma, encontrando cada día algún momento para la oración silenciosa y la escucha de la Palabra de Dios.