
Consoladora de toda la Iglesia
«Junto a la cruz de Jesús estaba su madre» (Jn 19,25).
San Siluan, monje ruso
Escritos: Consoladora de toda la Iglesia.
Si no llegamos a la plenitud el amor de la Madre de Dios, es porque tampoco podemos comprender plenamente su dolor. Su amor era perfecto. Ella amaba inmensamente a su Dios y a su hijo, pero amaba igualmente con un gran amor a todos los hombres. Y ¿qué es lo que ella no ha soportado cuando esos hombres, a quien tanto amaba y para quienes deseaba a más no poder la salvación, han crucificado a su hijo muy amado?
No lo podemos comprender, porque nuestro amor a Dios y a los hombres es demasiado débil. De la misma manera que el amor de la Madre de Dios es sin medida y sobrepasa nuestra comprensión, así también su dolor es inmenso e impenetrable para nosotros.
Cuando el alma está penetrada del todo por el amor de Dios, entonces, todo es bueno, todo está lleno de dulzura y de gozo. Pero, incluso entonces, nadie se escapa de la aflicción, y cuando mayor es el amor, mayor también la aflicción. La Madre de Dios no tenía pecado alguno, ni por un simple pensamiento, nunca perdió la gracia. Sin embargo, ha sufrido grandes aflicciones. Cuando estaba al pie de la cruz, su pena era inmensa como el océano. El dolor de su alma era incomparablemente mayor que el de Adán cuando fue echado del paraíso, porque el amor de María era incomparablemente mayor que el de Adán. Quedó con vida gracias al Señor que la sostenía, porque él quería que viera su resurrección, y que después de la ascensión se quedara en el mundo para consolar y alegrar a los apóstoles y el nuevo pueblo cristiano.