Consagración a María ¿me sirvió?
La Consagración personal, de los hijos, de la Familia y de los pueblos
Quien ha sido probablemente el mayor estudioso que ha tenido Fátima, el P. Joaquín María Alonso (1913-1981), nos precave contra el peligro de convertir la consagración… en una especie de superstición; lo mismo debe entenderse de todas las consagraciones. O la consagración va seguida de una conversión sincera, o no pasará de ser una fórmula de cartón que no habría ningún inconveniente en tirar a la basura; no será una consagración, sino una mentira.
El P. Nazario Pérez, principal introductor en España de la Esclavitud Mariana de S. Luis María Grignion de Montfort, en cuyos textos nos centramos para prepararnos de un modo más profundo, allá a principios del siglo XX explicaba que una cosa era hacer una consagración verdadera (y aquí “verdadera” significa “decidida a luchar por la santidad”) y otra cosa es lo que hacemos cuando llega un invitado a casa: “Ya sabe usted: está usted en su casa. Usted, sin cumplidos, y lo que quiera, lo hace”. Pero ¿qué pasaría si, al oír tan generosos ofrecimientos, el invitado contestase: “Pues muy amable, y vaya diciendo a la criada que envuelva esos dos platos de oro, porque me los llevo”? Nos quedaríamos de piedra momia, como a mí me gusta decir. Esos ofrecimientos no eran auténticos, como no lo son tantas consagraciones o preparaciones de ofrecimiento. Se quedan solo en una ceremonia y unos signos que llevamos, pero no renunciamos a nosotros mismos y no queremos pasar a ser posesión y pertenencia total de María y por ella a Jesús. Y nuestro cansancio y angustia sigue persistiendo del gozo del Siervo de María se hace distante.
La consagración de sí mismo o de cualquier otra cosa o persona no opera automáticamente, “ex opere operato” (“por la la obra obrada”, independientemente de las disposiciones del ministro), como los sacramentos. No es que consagremos, por ejemplo, una familia, o una parroquia, y esta al día siguiente descubra que se han esfumado los problemas. La “recitación de la consagración” no es sinónimo de una “fórmula mágica”. Y si lo fuera, de nosotros diría -una vez más- el Señor: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mc 7,6). La consagración es sinónimo de “vida de consagración”, de “estado de consagración” o de “vida mariana”. Es el cambio de vida fundado en la experiencia sobrenatural, de ser todo y solo de María, ya que siendo yo quien reclama soberanía sobre mi propio yo, sigo cometiendo las mismas equivocaciones y tropezando en las mismas piedras. Puede haber, en efecto, fórmula de consagración sin vida de consagración, como en el caso de los falsos devotos o en el caso de los niños bien acostumbrados a rezar por la mañana oraciones que no entienden -pero necesitan rezar-, como el “Oh Señora mía…, yo me entrego del todo a ti”.
La consagración no es un poder mágico… es una gracia que se puede rechazar y desperdiciar. A Rusia y al mundo y a todos se pueden aplicar las palabras famosas de S. Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. El regalo del cielo, que inunda el Corazón de amor a María, necesita que se muera a todo amor mundano, a toda soberbia y miedo.
¿que falta para que todos los Consagrados y las naciones consagradas alcancen la plenitud, que regala el Reino de María? Una consagración es vida, y no solo un nombre o título. Y es vida de gracia, de verdad de Cristo y de su Iglesia, y de obras encendidas de caridad. Es necesario entonces ponderar, meditar, profundizar y renovar la vida, según el espíritu de la Consagración.
Entonces empezarán a vivir vida de santidad.
Pero queda otra cuestión, que es la de la consagración en otros ámbitos: personal, de la propia familia, de los hijos, de la Iglesia, de la parroquia, etc. Acude a mi memoria el recuerdo entrañable de mi amigo Ricardo María de Moreta, que murió hace ya muchos años. Él era secretario de una asociación que en España promueve la consagración de todos a la Sma. Virgen en el espíritu de S. Luis María Grignion de Montfort, y se entregaba, jubilado como estaba, en cuerpo y alma. Pues bien: un día me contó que a él, sus padres lo habían consagrado antes de nacer. Así se escribe la historia.
El Beato Pablo VI pidió la consagración de “todos los hijos de la Iglesia”. Y “todos” son “todos”. Este punto es clave para entender las cosas, porque partimos de una experiencia antropológica indiscutible en principio- el amor tiende a la mutua donación perpetua; en otras palabras, cuando un chico guapo y una mocetona de las que cortan la respiración se quieren, terminan donándose en el altar del Sacramento. Que el amor que no desemboca en el matrimonio -o explora su posibilidad- es un fingimiento; y resulta que el matrimonio -mutua donación perpetua- es una forma de consagrarse al otro, como lo es -supuesta la autenticidad- cualquier consagración al Corazón de María.
Y, de hecho, lo ha dicho el Señor: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2,18). Tampoco en lo espiritual; sería soberbia; necesitamos ir de la mano de María, necesitamos la consagración al Corazón de María, que además es dulce como la miel dulce. No hemos desorbitado la petición de la Señora de Fátima: hemos comprendido con facilidad sus consecuencias.
Padre Miquel Ruiz, España