Ciencia y la religión no están reñidas
"La ciencia es lo que hago, la religión explica por qué lo hago y cómo puedo realizarlo".
El hermano jesuita Guy Consolmagno es el guardián de la colección más completa de rocas siderales del mundo
Vaticano.- En la entrada de la sede de la Specola Vaticana, un antiguo telescopio de trípode broncíne comparte tribuna con una foto mural del Papa Benedicto XVI, observando curioso una oscura roca en su mano. El hermano jesuita Guy Consolmagno, doctor en ciencias planetarias de la sede principal del Observatorio Vaticano, rememora aquel histórico momento de septiembre de 2009, cuando su Santidad bendijo la nueva estancia de esta centenaria institución en la que Iglesia y Ciencia se han dado la mano. Al informarle al Santo Padre que aquel meteorito procedía de Marte, el Papa inquirió: "¿Y cómo está seguro de ello?".
Aproximarse a esas revelaciones del cosmos es lo que ha buscado el Estado del Vaticano a través de su centro de observación astronómica desde sus orígenes en el siglo XVI. Hoy la institución el Observatorio Vaticano cuenta con dos núcleos. Un grupo de investigación instalado en dependencias de la Universidad de Arizona, donde opera su telescopio Vatican Advanced Technology Telescope. El otro funciona en su sede, donde reside el Hermano Guy, ubicado en los jardines pontificios de Castel Gandolfo, en las cercanías de Roma (vaticanobservatory.org).
Aquí se encuentra una de las bibliotecas más antiguas de astronomía con 22 mil títulos dedicados al cosmos, incluyendo textos antes controvertidos para el Santo Oficio como Nicolás Copérnico (Modelo planeario heliocéntrico) y Galilelo Galilei.
Para Guy Consolmagno S.J. su rol como investigador no está reñido con el ser clérigo de la Iglesia, puesto que espiritualidad y ciencia convergen en una misma misión. "No reviso la Biblia para aclarar la respuesta a un problema científico, ni diseño una ecuación para revelar el sentido de la vida. Si bien soy un ser racional que vivo en el universo físico, también soy un ser espiritual, a quien en principio le fue otorgado el deseo y la confianza de conocer. La ciencia es lo que hago, la religión explica por qué lo hago y cómo puedo realizarlo".
Señala el Hermano Guy que para ser científico se deben asumir tres postulados acerca del universo, que son en esencia actos de fe: "Debo creer sin pruebas que el universo sí existe, de que no es producto de mi imaginación. La segunda: que el universo opera bajo leyes racionales, descubiertas y entendidas por nuestra mente. Creer en la ciencia es rechazar la noción de que las cosas ocurren por decisión arbitraria de seres súper dotados, dioses de la naturaleza, sino que pasan por ciertas leyes físicas predecibles y comprensibles. Y la tercera:el universo es bueno per sé, sin consideraciones maniqueístas de que tiene aspectos malignos… Si piensas que el Universo es benévolo, merece por tanto ser estudiado", repasa el astrónomo del Papa.
Adentrándose en su filosofar sobre una cosmogonía judeocristiana, el Hermano Guy asegura que el sentido de benévolo, misterioso y sagrado del cosmos viene dado porque un ser único y superior a lo natural lo creó. "Pero a su vez Dios eligió formar parte de esa expresión de la naturaleza, encarnando en el cuerpo de Cristo. Así es como el universo físico, a través de la encarnación de Cristo, es redimido", destaca.
Sostiene el investigador planetario que esas leyes físicas que pautan el comportamiento de los cuerpos celestes, son respetadas incluso por Dios. "Jesús mismo se hizo parte de la naturaleza y se hizo conocer por medio de la naturaleza". Y aunque para muchos esta reflexión suena contradictoria, señalando el carácter sobrenatural de sus milagros, Consolmagno, S.J. defiende que "para otras personas algunos de sus milagros derivaron de la simple aceleración de los procesos naturales".
Esgrime que "mediante la comprensión de las leyes del universo podremos conocer la personalidad del Creador. Y entendiendo lo natural facilita el reconocimiento de lo sobrenatural. Si bien existen mil posibilidades en las que el universo puede comportarse, sólo lo hace de una manera, comprender todo ello nos aproxima a la esencia divina. Por ejemplo, estudiamos la materia oscura intentando resolver un problema y mitigar una expectativa ante lo desconocido, que es la que nos impulsa a investigar y a llegar a una certeza o descartarla. Dicha presunción es la guía para conocer cómo el universo opera".
Fue la congregación de Jesuitas la comisionada por el Papa Pío XI (1930) para encargarse de la exploración del cosmos en su centro de observación. Y actualmente el Observatorio Vaticano cuenta con dos sedes propias, la central en Castel Gandolfo y la unidad de observación en el desierto de Arizona, recintos donde "ejercen el libre albedrío" para hacer buena ciencia, en temas planetarios un poco olvidados pero relevantes para la comunidad astronómica internacional.
"A diferencia de otros científicos, los investigadores del Observatorio Vaticano somos libres de ocuparnos en proyectos que otros descartan desarrollar y que no requieren ser presentados ante organizaciones como la NASA o la National Science Foundation de EE.UU. Por ejemplo, a Richard Boyle, S.J. le ha llevado 20 años realizar un censo espectral de un cúmulo de estrellas en la Vía Láctea. Otro caso es mi proyecto de medición de la densidad de la masa de los meteoritos, que ha tomado más de una década, y que ha facilitado a la comunidad científica planetaria precisar cómo se formaron y evolucionaron los asteroides y planetas", afirma quien tiene a su cargo la curaduría de una de las colecciones de rocas siderales más completas en el mundo (más de 1.100 muestras, 150 kg de materia extraterrestre).