Carta a Benedicto XVI ante viaje a Cuba
Por Alfonso Reece D.
Beatísimo Padre:
Con el respeto que debo a la cabeza de la Iglesia, pero asistido por el derecho que tenemos todos los católicos, condición que no me quita la negra ristra de mis pecados, quiero expresarle la preocupación que nos causa a muchos cristianos de América Latina el anuncio de su visita a Cuba. Justificada con importantes razones eclesiásticas, en particular la celebración del cuadringentésimo aniversario de la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de esa isla, tal peregrinación en cualquier circunstancia sería encomiable, pero sucede que no es cualquier circunstancia la que impera a ese país.
Desde hace cincuenta y tantos años gobierna allí una dictadura que se consolidó con varios miles de asesinatos. No son cifras inventadas por detractores o potencias enemigas de Cuba, sino que han sido aceptadas por los mismos déspotas, que sostienen que eran fusilamientos de “contrarrevolucionarios”. El régimen no ha dado muestras de arrepentimiento ni ha propuesto ninguna compensación por estos crímenes. El gobierno de Fidel Castro ha acosado, perseguido y discriminado a los católicos, lo que incluye maltratos, prisión y destierro de sacerdotes, religiosos y prelados. Tampoco esto es calumnia, en su tiempo se vanagloriaban de ello y de hechos tales como que un católico practicante no podía hacer estudios universitarios.
En los años noventa, luego del derrumbe del comunismo y tras la visita de su recordado antecesor Juan Pablo II, la dictadura hizo el amago de realizar una apertura religiosa, con la esperanza de despertar simpatías en Occidente, que le permitan establecer relaciones de comercio para aliviar su descalabrada economía. La presencia del ilustre peregrino solo sirvió como propaganda para el castrismo, en un intento por aparecer tolerante. Con la suya ocurrirá exactamente lo mismo, por más que usted, padre, no lo quiera. La verdad es que los católicos siguen siendo discriminados, no hay uno solo en cargos de responsabilidad. El Partido Comunista, una organización esencialmente atea, es la única entidad política permitida en ese Estado antillano.
No se puede argumentar que la Iglesia no debe inmiscuirse en asuntos políticos. ¡Las clínicas abortistas dicen que no debería meterse en temas médicos! Claro que no puede realizar cesáreas ni histerectomías, pero tiene el deber de normar la ética de la medicina, y de la ingeniería, y de la abogacía, y de la política por supuesto. Sin participar en luchas partidistas, tiene la obligación de oponerse proféticamente, es decir de manera activa y militante, a quienes conculcan los derechos naturales que Dios da a todos los hombres: vida, libertad y búsqueda de la felicidad. No nos sentiremos bien los católicos del continente si vemos su mano que nos bendice estrechar la ensangrentada de un dictador. La Iglesia en Cuba debe dar un testimonio de firmeza para prevenir que una catástrofe como la que aflige a la Perla de las Antillas se repita en otro lugar de América Latina.
Su hijo afectísimo.
Alfonso Reece D.
areece@wales.zzn.com