Bienaventurados vuestros ojos, porque ven

Bienaventurados vuestros ojos, porque ven

26 de julio de 2020 Desactivado Por Regnumdei

Muchos profetas y justos codiciaron ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron

 

San Mateo 13

Y llegándose los discípulos, le dijeron: «¿Por qué les hablas por parábolas?» El les respondió, y dijo: «Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque al que tiene se le dará, y tendrá más: mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no veréis: porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y las orejas oyeron pesadamente, y cerraron sus ojos, para que no vean de los ojos, y oigan de las orejas, y del corazón entiendan, y se conviertan y los sane. Mas bienaventurados vuestros ojos, porque ven, y vuestras orejas, porque oyen. Porque en verdad os digo que muchos Profetas y justos codiciaron ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron». (vv. 10-17)

 

Es preciso considerar aquí la rectitud de sus corazones -de los apóstoles-, y lo preocupados que estaban por el bien de los que les rodeaban, y cómo su primer cuidado era el prójimo; porque no dijeron al Señor: ¿por qué no nos hablas en parábolas a nosotros?, sino: ¿por qué les hablas a ellos en parábolas?; y por eso el Señor les contesta: «Porque a vosotros os es dado conocer los misterios del reino de los cielos”.

 

Pero el Señor “dijo esto no para expresar una fatalidad ni una necesidad, sino para demostrar que los que no han recibido ese don son la causa de todos sus males (por que no recibieron ese don por la soberbia que endurece sus corazones), y para hacernos ver que es un don de Dios y una gracia que viene del cielo el conocer los misterios divinos. Dice por eso San Juan Crisóstomo: No se destruye por esto el libre albedrío, como se ve por lo que se ha dicho y se dirá más adelante…Por eso añade: «Porque al que tiene se le dará». Como si dijera: a aquel que tiene deseo y celo (es decir que busca por sobre todo el Reino de Dios y la salvación de su prójimo) se le dará todo lo que viene de Dios; por el contrario, a aquel que está privado de este deseo y no pusiere de su parte cuanto puede para conseguirlo, ése no recibirá los dones de Dios y lo que tiene se le quitará (ya que habiendo recibido la Fe y, la esperanza y la caridad, más se preocupo de su bienestar temporal que de la urgencia de su conversión y la necesidad de construir el Reino de Dios), no siendo Dios el que se lo quita, sino el hombre que se hace indigno de poseerlo. De aquí es que si viéremos nosotros que oía alguno con pereza la palabra de Dios, y que a pesar de nuestros esfuerzos no podíamos persuadirlo a que atendiera, no tenemos más remedio que callar, porque si insistimos, aumentaremos la pereza (ya que teniendo por seguro, a modo humano, que le procuraremos los medios, olvida que es un don del cielo, luego posterga su conversión y camino de santidad, quedándose haciendo lo mínimo, evitando el sacrificio). Más al que desea aprender lo atraemos con facilidad y lo hacemos capaz de recibir muchas cosas. Y bien dijo según otro evangelista (variante del texto de San Marcos, 4, 25): «Al que parece tener», porque el mismo no posee lo que tiene.

 

Todo esto lo dijo el Señor porque se les quitó a los judíos -que se hicieron esclavos de su soberbia y vanidad-, que tenían cerrados los oídos y los ojos y engrosado el corazón, la facultad de oír y de ver; y no sólo no oían, sino que oían mal. Por eso sigue: «Ha sido engrosado el corazón de este pueblo».

 

A los Apóstoles, que creyeron en Cristo, les fue dado lo que les faltaba en virtudes – dice San Jerónimo-; y a los judíos, que no creyeron en el Hijo de Dios, se les ha quitado hasta los bienes naturales que poseían, y no pueden comprender nada con sabiduría, porque carecen del principio de la sabiduría.

 

En todo este pasaje demuestra el Señor la profunda malicia y la aversión estudiada que le tenían algunos de los judíos; mas con el fin de atraerlos, agrega: «Para que se conviertan, y los sane»; palabras que demuestran que si se convirtiesen serían sanados, que es como cuando dice uno: si me lo suplicaren, en seguida los perdonaré, da a entender además la voluntad de reconciliarse con ellos en las siguientes palabras: «Cuando se conviertan los sanaré»; palabras que demuestran la posibilidad de que se convirtiesen, hiciesen penitencia y se salvasen.

 

Muchos fariseos, que despreciaron el don de la fe, dice San Hilario: perdieron hasta la ley que habían tenido. Y por eso la fe en el Evangelio tiene la plenitud de los dones, porque una vez recibida nos enriquece con nuevos frutos, mientras que si se rechaza nos quita los dones que hemos recibido en el primer estado de naturaleza.

 

Explica San Agustín: “cerraron sus ojos para no ver con ellos, esto es, ellos mismos dieron motivo para que Dios les cerrase los ojos; y otro evangelista dice: «Cegó sus ojos» (Jn 12,40); ¿pero acaso para que no volvieran a ver? ¿o acaso para que no vean de manera que les cause tedio su ceguera y puedan, condoliéndose humillados y conmovidos, confesar sus pecados y buscar a Dios con arrepentimiento? Porque así lo expresa San Marcos: «Por si se convierten y se les perdonan los pecados» ( Mc 4,12); de donde resulta que merecieron por sus pecados el no entender, y aun en esto brilla la misericordia de Dios, porque de este modo podían conocer sus pecados, convertirse y merecer el perdón. San Juan refiere este pasaje en estos términos: «No podían ellos creer, porque Isaías dijo: Cegó los ojos de ellos, endureció su corazón, para que no vean con los ojos, ni comprendan con su corazón, no sea que se conviertan, y yo los sane» ( Jn 12,39-40). Este texto parece oponerse a la interpretación anterior y nos obliga a entender las palabras: nequando videant oculis, no: » Para que jamás vean con los ojos», no en el sentido de que ellos puedan ver alguna vez con sus ojos, sino en el sentido de que jamás vean. San Juan efectivamente lo dice muy claro: «Para que no vean con los ojos», y añade: «Y por esto no podían creer». Se ve bien claro que no quedaron ciegos a fin de que en alguna ocasión se convirtiesen por la penitencia (cosa que no podían hacer sin preceder la fe; de suerte que con la fe debían ser convertidos, con la conversión sanados y con la salud podían comprender), sino que nos manifiesta el evangelista que quedaron ciegos para que no creyesen. Porque dice muy claramente: «Por esta razón no podían creer». Y si esto es así, ¿quién no se levanta a defender a los judíos y dice en voz alta que ellos no son culpables si no creyeron? Si ellos no han creído es porque Dios les ha cerrado sus ojos; pero siendo imposible que Dios sea culpable, nos vemos precisados a confesar que merecieron por ciertos pecados anteriores quedar de tal manera ciegos, que quedaron incapaces de creer, porque las palabras de San Juan son éstas: «No podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos». En vano intentamos entender que quedaron ciegos para que se convirtiesen, siendo así que sin la fe era imposible su conversión, y no podían tener fe porque estaban ciegos. No es un absurdo decir que hubo algunos judíos que podían ser sanados, pero, sin embargo, estaban en tan grande peligro por su desmedida soberbia, que no les convino creer primero. Y quedaron éstos 1 ciegos para que no comprendiesen las parábolas del Señor, y no comprendiéndolas no creyesen en El, y no creyendo en El le crucificasen en unión con los demás desesperados, para que así, después de la resurrección se convirtiesen y amasen más con la humillación y arrepentimiento de la muerte del Señor a Aquel que les había perdonado tan enorme crimen. Era tan grande su soberbia, que era preciso abatirla con esa humillación. Y si alguno cree que todo esto no está en su lugar, que reflexione sobre las palabras que se leen en los Hechos de los Apóstoles ( Hch 12), conformes completamente con lo que dice San Juan: «Por eso no podían creer, porque les cegó sus ojos para que no vean», palabras que nos dan a entender que quedaron ciegos a fin de que se convirtiesen. Esto es, quedaron ciegos para las verdades del Señor, ocultas en sus parábolas, a fin de que se arrepintiesen después de la resurrección mediante una penitencia más saludable. Porque cegados ellos por la oscuridad del discurso del Señor, no comprendieron sus palabras, y no entendiéndolas, no creyeron en El; no creyendo en El, lo crucificaron; pero después de la resurrección, asombrados de los milagros que se hacían en su nombre, se arrepintieron a la vista de su gran crimen, y abatidos hicieron penitencia. En seguida, después de aceptado el perdón, su conversión se apoyó en un amor intensísimo, pero a algunos de ellos aquella ceguera no sirvió para que se convirtiesen.”

 

Muchos se  hicieron justos, buenos y virtuosos, hasta dar la vida por el Reino de Dios y no vieron ni oyeron lo que vieron y oyeron los Apóstoles. No contaron con su presencia, sus milagros, su voz y su doctrina. De ahí la compasión de Dios con nosotros, que tenemos conocimiento, testimonio y experiencia de la Sangre derramada de Cristo, mucho más que los justos de la antigüedad, que hemos visto no sólo lo que no vieron los judíos, sino lo que los profetas y los justos desearon ver y no vieron. Porque aquellos solamente contemplaron a Cristo con la fe, y nosotros lo vemos con nuestros propios ojos y con más claridad. Que grave nuestra responsabilidad y urgencia de morir a nosotros mismos y vivir sola para el Señor,  porque si los profetas hubieran visto como nosotros a Cristo, ya nos pedirían cuenta de nuestra ceguera.