Benedicton XVI: "con" las familias y "para" la familia.
La audiencia comenzó con la siguiente introducción bíblica: (Audio)
En su catequesis el Papa se refirió a su reciente viaje a la ciudad italiana de Milán, con motivo del VII Encuentro Mundial de las Familias que clausuró el pasado domingo 3 de junio, en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Hablando al respecto en nuestro idioma, Su Santidad dijo:
(Audio) Queridos hermanos y hermanas:
Deseo hablarles de mi viaje a Milán, en donde tuve ocasión de participar en el séptimo Encuentro Mundial de las Familias, y realizar, como Sucesor de Pedro, mi primera visita pastoral a esa Archidiócesis, que me ha acogido con gran afecto.
Con el tema: «La familia, el trabajo y la fiesta», se ha llevado a cabo el encuentro con familias provenientes de los diversos continentes, unidas por la alegría de creer en Jesús. Este evento ha sido una elocuente «epifanía» de la familia, que se ha mostrado en la variedad de sus expresiones, así como en la unicidad de su idéntica sustancia: la de una comunidad de amor, fundada sobre el matrimonio y llamada a ser santuario de la vida, pequeña Iglesia, célula de la sociedad. Desde Milán, se ha lanzado al mundo un mensaje de esperanza, colmado de experiencias vividas. En efecto, es posible, aunque con esfuerzo, vivir el amor fiel, «para siempre», abierto a la vida. Supliquemos a Dios que las familias participen fructuosamente en la misión de la Iglesia y en la construcción de la sociedad.
También en esta ocasión el Papa saludó en diversas lenguas a los diversos grupos de peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro. Su Santidad agradeció a Dios junto a los peregrinos polacos por la “extraordinaria fiesta de la familia”, vivida en Milán. Y antes de bendecirlos de corazón les dijo que reza a fin de que “el amor conyugal, la paternidad y la maternidad sean para todas las familias caminos que conducen a la santidad”.
Texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas,
"La familia, el trabajo y la fiesta": éste fue el tema del VII Encuentro Mundial de las Familias, que se celebró recientemente en Milán. Todavía llevo en mis ojos y en mi corazón las imágenes y las emociones de este evento inolvidable y maravilloso, que ha transformado Milán en una ciudad de las familias: familias provenientes de todo el mundo, unidas por la alegría de creer en Jesucristo. Estoy profundamente agradecido a Dios por haberme permitido vivir esta cita "con" las familias y "para" la familia. En cuantos me han escuchado en estos días he encontrado una sincera disposición para acoger y ser testigos del "evangelio de la familia". Sí, porque no hay futuro para la humanidad sin la familia; especialmente los jóvenes, para aprender los valores que dan sentido a la existencia, tienen necesidad de nacer y crecer en esa comunidad de vida y de amor que Dios ha querido para el hombre y la mujer.
El encuentro con las numerosas familias de diferentes continentes me ha dado la feliz oportunidad de visitar por primera vez, como Sucesor de Pedro, la archidiócesis de Milán. Me dieron la bienvenida con gran cordialidad -y de ello estoy profundamente agradecido – el cardenal Angelo Scola, los presbíteros y todos los fieles, así como el alcalde y las demás autoridades. He podido experimentar de cerca la fe de la población ambrosiana, rica de historia, de cultura, de humanidad y de caridad operante. En la Piazza del Duomo, símbolo y corazón de la ciudad, tuvo lugar la primera cita de esta intensa visita pastoral de tres días. No puedo olvidar el cálido abrazo de la multitud de Milán y de los participantes en el VII Encuentro Mundial de las Familias, que me han acompañado luego durante todo el camino de mi Visita, con las calles llenas de gente. Una multitud de familias en fiesta, que con sentimientos de profunda participación se ha unido, de manera particular, al pensamiento cordial y solidario que he querido desde el principio dirigir a las personas necesitadas de ayuda y de consuelo, afligidas por diversos motivos de preocupación, especialmente a las familias más afectadas por la crisis económica y a las queridas poblaciones afectada por el terremoto. En este primer encuentro con la ciudad he querido hablar primero al corazón de los fieles ambrosianos, instándoles a vivir su fe en su propia experiencia personal y comunitaria, privada y pública, para fomentar un auténtico "bien-estar" a partir de la familia, que ha de ser redescubierta como patrimonio principal de la humanidad. ¡Desde lo alto de la Catedral, la estatua de la Virgen con los brazos extendidos, parecía acoger con ternura maternal a todas las familias de Milán y del mundo entero!
Milán me ha reservado, luego, un singular y noble saludo en uno de los lugares más sugestivos y significativos de la ciudad, el Teatro alla Scala, donde se escribieron páginas importantes en la historia del país, bajo el impulso de los grandes valores espirituales e ideales. En este templo de la música, las notas de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven han dado voz a esa instancia de universalidad y de fraternidad, que la Iglesia continúa presentando incansablemente, con el anuncio del Evangelio. Y precisamente el contraste entre este ideal y los dramas de la historia, y a la necesidad de un Dios cercano, que comparta nuestros sufrimientos, hice referencia al final del concierto, dedicado a los hermanos y hermanas afectados por el terremoto. Hice hincapié que en Jesús de Nazaret, Dios está cerca y lleva con nosotros nuestro sufrimiento. Al final de aquel intenso momento artístico y espiritual, quise hacer referencia a la familia del tercer milenio, recordando que, es en familia que se experimenta por primera vez como la persona humana ha sido creada para no vivir encerrada en sí misma, sino en relación con los demás; y es en familia que se empieza a encender en el corazón la luz de la paz para que ilumine este nuestro mundo.
Al día siguiente, en la catedral llena de sacerdotes, religiosos y seminaristas, ante la presencia de numerosos cardenales y obispos, llegados a Milán desde de diversos Países de todo el mundo, celebré la Hora Tercera, según la liturgia ambrosiana. Allí quise hacer hincapié en el valor del celibato y la virginidad consagrada, tan querida al gran San Ambrosio. El celibato y la virginidad en la Iglesia son un signo luminoso del amor a Dios y al prójimo, que parte de una relación siempre más íntima con Cristo en la oración y se expresa en el don total de sí mismo.
Un momento cargado de gran emoción fue después la cita en el estadio "Meazza", donde experimenté el abrazo gozoso de una multitud de chicos y chicas que este año han recibido o están a punto de recibir el Sacramento de la Confirmación. La cuidadosa preparación del evento, con textos significativos y oraciones, así como la coreografía, hicieron que fuera aún más estimulante en encuentro. A los chicos ambrosianos les invité a decir un "sí" libre
y consciente al Evangelio de Jesús, aceptando los dones del Espíritu Santo, que permiten la formación de los cristianos, a vivir el Evangelio y ser miembros activos de la comunidad. Les animé a estar comprometidos, en particular en el estudio y el servicio generoso al prójimo.
El encuentro con los representantes de las autoridades institucionales, de los empresarios y de los trabajadores, del mundo de la cultura y de la educación de la sociedad milanesa y lombarda, me permitió poner de relieve la importancia de que la legislación y la labor de las instituciones estatales estén al servicio y tutela de la persona en todos sus aspectos, empezando por el derecho a la vida, cuya supresión deliberada nunca se puede consentir, y al servicio del reconocimiento de la identidad propia de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer.
Después de esta última cita, dedicada a la realidad diocesana y ciudadana, fui a la gran área del Parque Norte, en el territorio de Bresso, donde participé en la entusiasmante Fiesta de los Testimonios, titulada «One world, family, love» – "Un mundo, familia, amor." Allí tuve la alegría de encontrar a miles de personas, un arco iris de familias italianas y de todo el mundo, que se habían reunido desde temprano, por la tarde, en un ambiente festivo y de genuina calidez familiar. Respondiendo a las preguntas de algunas familias – preguntas brotadas de sus vidas y de sus experiencias, he querido dar una señal del diálogo abierto, que existe entre las familias y la Iglesia, entre el mundo y la Iglesia. Me impactaron profundamente los testimonios entrañables de cónyuges e hijos de diferentes continentes, sobre las cuestiones candentes de nuestro tiempo: la crisis económica, la dificultad de conciliar el tiempo del trabajo con el de la familia, la difusión de las separaciones y divorcios, así como los interrogantes existenciales que afectan a adultos, niños y jóvenes. Aquí quisiera recordar lo que dije en defensa del tiempo para la familia, amenazado por una especie de "prepotencia" de los compromisos de trabajo: el domingo es el día del Señor y del hombre, un día en el que todos deben ser libres, libres para la familia y libres para Dios ¡Defendiendo el domingo, se defiende la libertad del hombre!
La Santa Misa el domingo, 3 de junio, para concluir el VII Encuentro Mundial de las Familias, vio la participación de una inmensa asamblea orante, que llenó completamente el área del aeropuerto de Bresso, que de esta forma se volvió casi una gran catedral a cielo abierto, gracias también a la reproducción de las estupendas vidrieras policromas del Duomo, que sobresalían en el palco. Ante aquella miríada de fieles, provenientes de diversas naciones, que participaba profundamente en la liturgia, muy bien cuidada, dirigí un llamamiento a construir comunidades eclesiales, que sean cada vez más, ‘familia’, capaces de reflejar la belleza de la Santísima Trinidad y de evangelizar, no sólo con la palabra sino por ‘irradiación’, con la fuerza del amor vivido, porque el amor es la única fuerza que puede transformar el mundo. Además, hice hincapié en la importancia de la "tríada" de la familia, el trabajo y la fiesta. Tres dones de Dios, tres dimensiones de nuestras vidas, que necesitan encontrar un equilibrio armónico para construir sociedades con rostro humano.
Siento una profunda gratitud por estos magníficos días en Milán. Gracias al cardenal Ennio Antonelli y al Pontificio Consejo para la familia, a todas las autoridades, por su presencia y colaboración en el evento, gracias también al Presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana por su participación en la Santa Misa, el domingo. Y renuevo un "gracias" cordial a las diferentes instituciones, que han colaborado generosamente con la Santa Sede y con la Archidiócesis de Milán, para la organización del Encuentro, que tuvo un gran éxito pastoral y eclesial, así como un amplio eco en todo el mundo. De hecho, convocó en Milán más de un millón de personas, que durante varios días han invadido pacíficamente las calles, testimoniando la belleza de la familia, esperanza para la humanidad.
El Encuentro Mundial de Milán fue una elocuente ‘ epifanía – manifestación’ de la familia, que se mostró en sus diversas expresiones, así como también en la unicidad de su identidad sustancial: la de una comunión de amor, fundada sobre el matrimonio y llamada a ser santuario de la vida, pequeña Iglesia, célula de la sociedad. Desde Milán se lanzó al mundo un mensaje de esperanza, sustanciado con experiencias vividas: es posible y alegre, aunque difícil, experimentar el amor verdadero, "para siempre", abierto a la vida; es posible participar como familia en la misión de la Iglesia y en la construcción de la sociedad. Que, gracias a la ayuda de Dios y a la especial protección de María Santísima, Reina de la Familia, la experiencia vivida en Milán sea portadora de frutos abundantes para el camino de la Iglesia, y un nuevo impulso para una mayor atención a la causa de la familia, que es la causa misma del hombre y la civilización. Gracias.
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak – RV)