Jóvenes, Cristo está con ustedes
Este fue un mensaje del Papa emérito, tras concluir su breve pero intensa visita pastoral a San Marino-Montefeltro, diócesis italiana que comprende también la antigua y pequeña República de San Marino.
Recordando el célebre episodio en el que el Señor estaba en camino y un joven corrió a su encuentro y, arrodillándose, le planteó esta pregunta: ‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?’ (Mc 10,17), el Santo Padre destacó la profunda exigencia de que la existencia cotidiana encuentre su plenitud y verdad:
“El hombre no puede vivir sin esta búsqueda de la verdad sobre sí mismo; verdad que impulse a abrir el horizonte y a ir más allá de lo que es material, no para huir de la realidad, sino para vivirla de forma aún más verdadera, más rica de sentido y de esperanza”.
Reiterando luego su invitación a los queridos jóvenes amigos, «a tomar conciencia de esta sana y positiva inquietud, a no tener miedo de plantearse las preguntas fundamentales sobre el sentido y sobre el valor de la vida», Benedicto XVI los exhortó también a que «no se detengan ante las respuestas parciales, inmediatas, ciertamente más fáciles y más cómodas, que pueden dar algún momento de felicidad, de exaltación, de euforia o ebriedad, y que, sin embargo, no conducen a la verdadera alegría de vivir, aquella que nace de quien construye no sobre la arena, sino sobre la roca sólida:
“¡Aprendan a reflexionar, a leer de modo no superficial, sino en profundidad su propia experiencia humana: descubrirán, con admiración y con alegría, que su corazón es una ventana abierta al infinito! Una de las ilusiones producidas en el curso de la historia ha sido la de pensar que el progreso técnico y científico, de forma absoluta, habría dado respuestas y soluciones a todos los problemas de la humanidad. En realidad, aunque ello hubiera sido posible, nada ni nadie habría podido borrar las preguntas sobre el significado de la vida, porque éstas están escritas, por decir así, en el alma humana y superan la esfera de las necesidades”.
Ante la decisión de elegir de qué modo orientar la propia vida, a quién encomendarla y a quién encomendarse. Ante el riesgo de quedar aprisionados en el mundo de las cosas, de lo relativo, de lo útil, perdiendo la sensibilidad en lo que se refiere a nuestra dimensión espiritual, el Papa recordó que no se trata en absoluto de despreciar el uso de la razón o de rechazar el progreso científico, todo lo contrario. Sino «de entender que cada uno de nosotros no está hecho sólo de una dimensión ‘horizontal’, sino que comprende también aquella ‘vertical’». Pues «los datos científicos y los instrumentos tecnológicos no pueden ocupar el lugar del mundo de la vida, de los horizontes de significado y de libertad, de la riqueza de las relaciones de amistad y de amor».
«Queridos jóvenes, es precisamente en la apertura a la verdad entera de nosotros mismos y del mundo, que percibimos la iniciativa de Dios para con nosotros. Él viene al encuentro de cada hombre y le hace conocer el misterio de su amor. En el Señor Jesús, que ha muerto y resucitado por nosotros y nos ha donado el Espíritu Santo, somos incluso partícipes de la vida misma de Dios», destacó una vez más el Santo Padre y recordó el significado del encuentro con Cristo:
«En Él – en Cristo- ustedes pueden encontrar la respuesta a las preguntas que acompañan su camino. El encuentro con Cristo no se resuelve en la adhesión a una doctrina o una filosofía, sino que lo que Él les propone es compartir su misma vida. A ese joven que le había pedido qué hacer para entrar en la vida eterna, Jesús le responde invitándolo a deshacerse de sus bienes y añade: ¡Ven y sígueme! (Mc 1’,21) ¡La palabra de Cristo muestra que la vida de ustedes encuentra significado en el misterio de Dios, que es Amor! ¿Qué sería vuestra vida sin el amor? Dios cuida al hombre desde la creación hasta el final de los tiempos, cuando llevará a su cumplimiento su proyecto de salvación ¡En el Señor Resucitado tenemos la certeza de nuestra esperanza! Cristo mismo es nuestra esperanza, es la Palabra definitiva pronunciada sobre nuestra historia. ¡No teman afrontar las situaciones difíciles, los momentos de crisis y las pruebas de la vida, porque el Señor está con ustedes!
Antes de concluir su discurso, Benedicto XVI volvió a alentar a la juventud a crecer en la amistad con Cristo, para que transformados por el Espíritu Santo puedan experimentar la auténtica libertad, que es tal cuando está orientada hacia el bien. De este modo, sus vidas, animadas por una constante búsqueda del rostro del Señor y por la voluntad sincera de donarse a sí mismos será para tantos de sus coetáneos un signo, un llamado elocuente que hará que el anhelo de plenitud se realice en el encuentro con el Señor Jesús.
«¡Dejen que el misterio de Cristo ilumine toda vuestra persona! Entonces podrán llevar a los distintos ambientes aquella novedad que puede cambiar las relaciones, las instituciones y las estructuras para construir un mundo más justo y solidario, animado por la búsqueda del bien común. No cedan a lógicas individualistas y egoístas. Que los conforte el testimonio de tantos jóvenes que han alcanzado la meta de la santidad: santa Teresa del Niño Jesús, santo Domingo Savio, santa María Goretti, el beato Pier Giorgio Frassati, el beato Alberto Marvelli – ¡ que es de esta tierra! – y tantos otros, que no conocemos, pero que han vivido su tiempo en la luz y en la fuerza del Evangelio».
TEXTO INTEGRAL
¡Queridos Jóvenes!
¡Me siento muy contento por estar hoy entre ustedes y con ustedes! Percibo toda vuestra alegría y el entusiasmo que caracterizan vuestra edad. Saludo y agradezco a vuestro Obispo, Mons. Luigi Negri, por las cordiales palabras de acogida y a vuestro amigo, que se hizo intérprete de los pensamientos y de los sentimientos de todos. Saludo con afecto a los Sacerdotes, a las Religiosas y a los animadores que comparten con ustedes el camino de la fe y de la amistad; y, naturalmente, también e sus padres, que gozan al verlos crecer firmes en el bien.
Nuestro encuentro aquí en Pennabili, ante esta Catedral, corazón de la Diócesis, y en esta Plaza, nos hace evocar los numerosos y diversos encuentros de Jesús que se narran en los Evangelios. Hoy quisiera recordar el célebre episodio en el que el Señor estaba en camino y un joven corrió a su encuentro y, arrodillándose, le planteó esta pregunta: ‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?’ (Mc 10,17). Dentro de este interrogativo podemos ver encerrada la amplia y variegada experiencia humana que se abre a la búsqueda del significado, del sentido profundo de la vida. La ‘vida eterna’, en efecto, a la cual se refiere aquel joven del Evangelio no indica solamente la vida después de la muerte, sino que manifiesta la exigencia de que la existencia cotidiana encuentre su plenitud.
El hombre no puede vivir sin esta búsqueda de la verdad sobre sí mismo; verdad que impulse a abrir el horizonte y a ir más allá de lo que es material, no para huir de la realidad, sino para vivirla de forma aún más verdadera, más rica de sentido y de esperanza. Pienso que ésta es también vuestra experiencia. Los grandes interrogativos que llevamos dentro de nosotros: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Por quién vivimos? Son el signo más elevado de la trascendencia del ser humano y de la capacidad que tenemos de no detenernos en la superficie de las cosas. Y precisamente, cuando miramos dentro de nosotros mismos con verdad y con valentía, es cuando intuimos la belleza, pero también la precariedad de la vida y sentimos una insatisfacción, una inquietud que ninguna cosa concreta logra colmar.
Queridos amigos, los invito a tomar conciencia de esta sana y positiva inquietud, a no tener miedo de plantearse las preguntas fundamentales sobre el sentido y sobre el valor de la vida. Pero no se detengan ante las respuestas parciales, inmediatas, ciertamente más fáciles y más cómodas, que pueden dar algún momento de felicidad, de exaltación, de euforia o ebriedad, y que, sin embargo, no conducen a la verdadera alegría de vivir, aquella que nace de quien construye no sobre la arena, sino sobre la roca sólida ¡Aprendan entonces a reflexionar, a leer de modo no superficial, sino en profundidad su propia experiencia humana: descubrirán, con admiración y con alegría, que su corazón es una ventana abierta al infinito!
Una de las ilusiones producidas en el curso de la historia ha sido la de pensar que el progreso técnico y científico, de forma absoluta, habría dado respuestas y soluciones a todos los problemas de la humanidad. Y vemos que no es así. En realidad, aunque ello hubiera sido posible, nada ni nadie habría podido borrar las preguntas sobre el significado de la vida, porque éstas están escritas, por decir así, en el alma humana y superan la esfera de las necesidades. El hombre también en la era del progreso científico y tecnológico, sigue siendo un ser abierto a la verdad entera de su existencia, que no se detiene en las cosas materiales, sino que se abre a un horizonte mucho más amplio. Ustedes experimentan todo ello continuamente, cada vez que se preguntan: ¿por qué? Cuando contemplan una puesta del sol o cuando una música mueve en ustedes el corazón y la mente. Cuando sienten qué cosa quiere decir amar verdaderamente; cuando sienten con fuerza el sentido de la justicia y de la verdad.
Queridos jóvenes, la experiencia humana es una realidad que aúna a todos, pero a ella se le pueden dar distintos niveles de significado. Y es aquí donde se decide de qué modo orientar la propia vida y se elige a quién encomendarla, a quién encomendarse. El riesgo es siempre el de quedar aprisionados en el mundo de las cosas, de lo relativo, de lo útil, perdiendo la sensibilidad en lo que se refiere a nuestra dimensión espiritual. No se trata en absoluto de despreciar el uso de la razón o de rechazar el progreso científico, todo lo contrario. Se trata, más bien, de entender que cada uno de nosotros no está hecho sólo de una dimensión ‘horizontal’, sino que comprende también aquella ‘vertical’. Los datos científicos y los instrumentos tecnológicos no pueden ocupar el lugar del mundo de la vida, de los horizontes de significado y de libertad, de la riqueza de las relaciones de amistad y de amor.
Queridos jóvenes, es precisamente en la apertura a la verdad entera de nosotros mismos y del mundo, que percibimos la iniciativa de Dios para con nosotros. Él viene al encuentro de cada hombre y le hace conocer el misterio de su amor. En el Señor Jesús, que ha muerto y resucitado por nosotros y nos ha donado el Espíritu Santo, somos incluso partícipes de la vida misma de Dios. En Él ustedes pueden encontrar la respuesta a las preguntas que acompañan su camino. El encuentro con Cristo no se resuelve en la adhesión a una doctrina o una filosofía, sino que lo que Él les propone es compartir su misma vida. A ese joven que Le había pedido qué hacer para entrar en la vida eterna, Jesús le responde invitándolo a deshacerse de sus bienes y añade: ¡Ven y sígueme! (Mc 1’,21) ¡La palabra de Cristo muestra que la vida de ustedes encuentra significado en el misterio de Dios, que es Amor! ¿Qué sería vuestra vida sin el amor? Dios cuida al hombre desde la creación hasta el final de los tiempos, cuando llevará a su cumplimiento su proyecto de salvación ¡En el Señor Resucitado tenemos la certeza de nuestra esperanza! Cristo mismo es nuestra esperanza, es la Palabra definitiva pronunciada sobre nuestra historia».
¡No teman afrontar las situaciones difíciles, los momentos de crisis y las pruebas de la vida, porque el Señor está con ustedes! Los aliento a crecer en la amistad con Él a través de la lectura frecuente del Evangelio y de toda la Sagrada Escritura, la participación fiel en la Eucaristía, el compromiso en el interior de la comunidad eclesial y el camino con un válido guía espiritual. Transformados por el Espíritu Santo podrán experimentar la auténtica libertad, que es tal cuando está orientada hacia el bien. De este modo, vuestra vida, animada por una constante búsqueda del rostro del Señor y por la voluntad sincera de donarse a sí mismos será para tantos de sus coetáneos un signo, un llamado elocuente que hará que el anhelo de plenitud se realice en el encuentro con el Señor Jesús ¡Dejen que el misterio de Cristo ilumine toda vuestra persona! Entonces podrán llevar a los distintos ambientes aquella novedad que puede cambiar las relaciones, las instituciones y las estructuras para construir un mundo más justo y solidario, animado por la búsqueda del bien común. No cedan a lógicas individualistas y egoístas. Que los conforte el testimonio de tantos jóvenes que han alcanzado la meta de la santidad: santa Teresa del Niño Jesús, santo Domingo Savio, santa María Goretti, el beato Pier Giorgio Frassati, el beato Alberto Marvelli – ¡ que es de esta tierra! – y tantos otros, que no conocemos, pero que han vivido su tiempo en la luz y en la fuerza del Evangelio.
Al concluir este encuentro, quiero encomendar a cada uno de ustedes a la Virgen María, Madre de la Iglesia ¡Que como Ella, ustedes también puedan pronunciar y renovar su ‘sí’ y magnificar siempre al Señor
con sus vidas, porque Él les da palabras de vida eterna! Ánimo, entonces, queridos jóvenes y queridas jóvenes, en vuestro de camino de fe y de vida cristiana, yo también estoy siempre cerca de ustedes y los acompaño con mi Bendición ¡Gracias!