El  examen de la «Lealtad»

El examen de la «Lealtad»

12 de marzo de 2023 Desactivado Por Regnumdei

Lealtad proviene del latín “legalis”, “lo que es conforme a la ley”

 

Lealtad es actuar de acuerdo con la virtud de la amistad y la del agradecimiento, lo que conlleva el compromiso de defender lo que creemos y en quienes creemos, en los buenos y en los malos momentos y está íntimamente ligada al carácter, valor, honor y dignidad de las personas.

Lealtad es cumplir las obligaciones, voluntariamente aceptadas con los demás, asumiendo el deber de lo prometido y manteniendo las reglas de juego establecidas.

Lealtad es practicar la total fidelidad, la franqueza, la nobleza, la honradez, la sinceridad, el honor y la rectitud, con la persona o institución que se la merecen.

Lealtad es comprometerse y obligarse con los demás, con uno mismo y con las ideas y creencias consolidadas. No se puede justificar, el ser leal solamente con uno mismo y creerse con el derecho de criticar o menospreciar a los demás y exigir a los que nos rodean, que sean leales. Esta virtud y valor humano, debe vivirse y practicarse primeramente, con uno mismo, siendo consecuente, responsable y diligente, antes que nadie. No se puede ser leal con el prójimo, si antes no se ha practicado con uno mismo.

Lealtad es mucho más que agradecimiento, ya que se puede y debe tener lealtad, aunque no se haya recibido nada, simplemente por sus méritos propios.

Lealtad es ser congruente, entre las virtudes y valores humanos y trascendentes que se han abrazado y lo que se dice, se hace o se promete en la práctica de la vida diaria.

Lealtad supone, respetar los compromisos personales con la religión, familia, amigos, compañeros, colaboradores, sociedad, etc. pero sobre todo, ser leal con uno mismo y con todos los que dependen de nosotros.

La lealtad se practica primero, con los principios morales y legales y luego con las personas, sin confundir la lealtad con la sumisión, la conveniencia, ni la humillación.

Muchas veces las voluntades débiles y las mentalidades escaladoras y arribistas, terminan a distancias incalculables de esta magna virtud humana, necesaria para creyentes y no creyentes, moros y cristianos.  Pensando que perdiendo la torre y el alfil se asegura el ajedrez, se termina con el  fracaso de la soledad, por la desconfianza y la herida de la traición.

La lealtad es muy difícil de ganar, muy fácil de perder y casi imposible de recuperar. No existe la neutralidad, o se es leal o desleal. Es una de las causas de la mayor desilusión humana: “Confié y me fallaste”. No siempre se tiene la oportunidad de volver a demostrar lealtad, con las personas o instituciones a las que se ha fallado, muy pocas veces dan una segunda oportunidad. Solo en el plan de salvación, el Señor ofrece una oportunidad de nacer de nuevo, de recibir la redención, de reconstruir el corazón desde el poder de la caridad que brota del Corazón de Cristo abierto por la lanzada recibida en el madero de la Cruz. La suplica de David “ Crea en mi un corazón puro” (Salmo 50, 10), encuentra su respuesta eficaz en la absolución  ofrecida a Pedro, en la pregunta: “¿Me amas?”  (Juan 21, 16).

 

La lealtad es demostrar respeto y fidelidad, con los que moralmente estamos obligados a hacerlo. Cuando alguien nos ha dado algo bueno o nos ha ayudado, le debemos mucho más que agradecimiento, le debemos lealtad y defenderle cuando sea necesario.

La lealtad se empieza aplicándola en los pequeños detalles, para poder estar entrenados, para mantenerla en las situaciones importantes. No se pueden permitir pequeñas deslealtades con los amigos, para evitar tener que poner excusas, cuando haya que tomar grandes decisiones, ya que por ahí pueden llegar las traiciones.

Lealtad es el cumplimiento de la palabra dada o de lo comprometido, por cualquier otro tipo de convenio, bien sea con un abrazo o un apretón de manos, ya que para muchos, que son fieles a la palabra dada, estos valen más que cualquier documento.

Lo contrario a la lealtad es el engaño, la traición, la cual produce mucho dolor, frustración, rabia, desilusión y la sensación de que, la traición ha sido muy grave. No se es leal, independientemente de las disculpas que se tengan, si no se dice la verdad o se dicen medias verdades, o lo que al líder agrada, o lo que éste desea oír, o si se esconden  expresamente situaciones y hechos reales. La traición también se puede dar, por la debilidad del carácter no educado.

Sobre la Lealtad decía San Josemaría Escrivá: «Por lealtad, un soldado permanece en su puesto en los momentos de peligro, y un buen administrador corresponde honradamente a la confianza que su señor ha depositado en él. Por lealtad, un marido es fiel a su mujer, un padre se sacrifica gustosamente por sus hijos, un amigo ayuda al amigo en la hora de la dificultad, un profesional recto cuida los intereses de la empresa en que trabaja. Por lealtad, un cristiano hace honor a los compromisos que adquirió en el Bautismo y en la Confirmación, y sabe dar la cara por Dios y por la Iglesia, especialmente cuando resulta mal visto o puede traer consigo perjuicios materiales».

La lealtad se debe vivir por amor a los demás, San Pablo dice sobre Cristo: me ha amado y se ha entregado por mí. Y eso mismo es lo que cada uno de nosotros debe hacer, amar, servir, entregarse a Dios y al prójimo, incluso por encima de sus propios gustos.

Decía Juan Pablo II: «Oiréis a la gente que os dirá:»‘piensa en ti mismo y no te preocupes de los demás». Ante esta situación, un cristiano consecuente no debe traicionar, no debe ilusionarse con palabras vanas, no debe defraudar. Su misión es sumamente delicada, porque debe ser levadura en la sociedad, luz del mundo, sal de la tierra».

Decía Jacinto Benavente que si murmurar la verdad aún puede ser la justicia de los débiles, la calumnia no puede ser nunca más que la venganza de los cobardes.

La grandeza de la lealtad, es posesión de los sencillos y abnegados, de los humildes y honestos. No en vano describía el altísimo valor de su vasallo, el Hidalgo Caballero, el Quijote de la Mancha:  “…amigo, hermano, bueno, el bueno, hijo, «Sancho amigo, duermes? ¿Duermes, amigo Sancho», amigo y guía, escudero mío, «¡Oh Sancho bendito! ¡Oh Sancho amigo!»…”