"No existe la magia buena"

14 de mayo de 2012 Desactivado Por Regnumdei
   Pablo J. Ginés
Era una oración por los enfermos después de una misa, en la periferia de Barcelona. Unas 30 personas iban en fila hacia el altar y mosén Joaquín rezaba por cada uno, con el gesto de imponer las manos a cada persona. 
Aquella chica, de unos veinte años, un poco gordita, se dobló de forma completamente antinatural en cuanto el sacerdote empezó a rezar sobre ella: su espalda se paralizó en un arco casi perfecto, su cabeza, echada hacia atrás, tocaba el suelo con el pelo largo. Se mantenía así, apoyada sólo en los pies, de una forma imposible, fija, rígida. Mosén Joaquín apartó la mano, pidió agua bendita y la aspergió sobre aquella contorsionista congelada como un puente humano. 
La chica cayó de espaldas, pero pareció rebotar como si tuviese un muelle invisible en los omóplatos. Desde el suelo daba botes enormes, incomprensibles, impulsada sólo con la espalda, entre aullidos que espantaban a todos los presentes, incluyendo a este periodista. 
El padre Joaquín no se inmutó. Formado como exorcista en Colombia, con el obispo Augusto Uribe Jaramillo, tenía permiso del cardenal de Barcelona para ejercer. No dejó que nadie tocara a la chica, le arrojó más agua, rezó sobre ella, y de repente la muchacha se quedó tumbada, tranquila, como dormida. Al acabar la oración, el sacerdote, la joven y su familia se quedaron un rato en la sacristía. Al parecer, ella se había involucrado en alguna práctica de magia o brujería, abriendo sin querer la puerta a la actividad demoniaca.
«No existe la magia buena», explica el padre Salvador Hernández Ramón, exorcista oficial de la diócesis de Cartagena-Murcia. «O es estafa, o es magia negra e implica la actuación de demonios. El brujo es alguien que ha pactado con demonios, buscando poder, pero al final el demonio siempre acaba dominando y dañando al brujo. Algunos magos, cuando ven que ya les va mal, vienen a mí, me piden ayuda, y su liberación requiere muchos años de exorcismos y una conversión y cambio de vida».
El padre Salvador habla largo y tendido en el reciente libro del periodista José María Zavala «Así se vence al demonio» (LibrosLibres). Lo hace por la misma razón que su maestro, el exorcista oficial de la diócesis de Roma, el padre Gabriel Amorth, que en 1990 publicó su libro «Habla un exorcista»: para evangelizar, ayudar a la gente oprimida por el Maligno, prevenir contra las prácticas de riesgo (brujería, «new age», adivinación, amuletos…) y animar a una vida de sacramentos y cercanía con Dios. 
Porque la persona acosada por demonios sufre. Hay muchos grados: desde la leve «obsesión demoniaca» hasta la auténtica y poco frecuente posesión. Muy a menudo el «paciente» siente que él no controla su vida, experimenta fenómenos extraños, una gran tristeza, tentaciones de suicidio, odio y deseos de dañar a los demás. Otros sufren enfermedades y dolores inexplicables. La salud y la personalidad cambian sin explicación aparente.
Escuela de exorcistas
Desde que el padre Amorth publicó su libro, el número de diócesis con exorcistas ha aumentado en todo Occidente. También se han creado asociaciones internacionales de exorcistas y se celebran encuentros de formación. Por ejemplo, el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum de Roma ya ha celebrado siete congresos de formación teórica con asistentes de todo el mundo. El último tuvo lugar del 16 al 21 de abril. En ellos se da formación en demonología, pero también una base en psicología, en leyes, sectas, adicciones y drogas. No todos los que acuden al exorcista necesitan un exorcismo, pero todos necesitan ayuda de algún tipo. 
«Yo tomé uno de esos cursos del Regina Apostolorum. Está bien por la teoría, pero nada iguala la práctica con un exorcista veterano», nos cuenta el padre Salvador, que pasó un año en Roma como ayudante de Amorth. 
La Iglesia distingue entre la oración de liberación o protección y el exorcismo. La oración es algo que puede hacer cualquier fiel, pidiendo a Dios esa protección frente al demonio, o pidiendo a Dios que libere a una persona oprimida por la actividad demoniaca. El exorcismo, en cambio, es un ritual establecido con el que el exorcista, un sacerdote designado para ello por el obispo, se dirige directamente a un demonio y le ordena, por la autoridad de Cristo, que se vaya, que deje de actuar. En la oración se habla con Dios; en el exorcismo, se le dan órdenes al demonio. «Amorth y yo vemos que el ritual de 1614, del Papa Pablo V, es más eficaz que el moderno, que diseñaron liturgistas sin contar con exorcistas», explica el padre Salvador. «No sé si el latín afecta o no, pero lo que está claro es que el ritual antiguo tiene más mandatos, más órdenes de expulsión, es más contundente en su lenguaje y hemos comprobado que es más eficaz».
Porque con los demonios, que hablan a través de los endemoniados, no se dialoga: se los expulsa. «Algunos exorcistas han preguntado a demonios sobre dudas de teología o de historia, pero eso es una pérdida de tiempo, porque mienten. Jesús no hablaba con los demonios, sólo los echaba fuera», explica el sacerdote murciano.
Además de las oraciones y los mandatos del ritual, el exorcista utiliza los sacramentales, signos del poder de Dios bendecidos por la Iglesia. Dentro de la estola morada alrededor de su cuello, bajo las cruces que hace besar a los endemoniados, ha cosido unas pequeñas reliquias de Juan Pablo II. «Los demonios odian al beato Juan Pablo II porque es un gran santo», nos explica. La cruz de San Benito que lleva en su mano la han roto ya varias veces sus «pacientes», pero siempre la repara. Suele emplear grandes cantidades de agua exorcizada con una oración especial. El exorcista además reviste sus hombros con el amito, una prenda blanca con una función protectora. 
Cualquier persona puede protegerse frente al demonio confesando sus pecados a un sacerdote («el sacramento de la confesión es tan potente como un exorcismo, y a veces más»), comulgando en misa, rezando el Rosario, meditando la Palabra de Dios, con oración regular, etc. 
Todo eso genera rabia y dolor en el demonio, aseguran los exorcistas. Se trata de que el espíritu maligno se sienta tan incómodo, hasta vapuleado, que tenga que marcharse. «Una vez lograda la liberación, que puede llegar en unas semanas o después de varios años de exorcismo y vida piadosa, es importante no recaer en una vida de pecado, no abandonar la confesión y la comunión, porque he visto varios casos en los que la actividad demoniaca vuelve por falta de constancia en la nueva vida cristiana», advierte el exorcista de Murcia. Como el padre Salvador ha sido capellán en la cárcel durante muchos años y ha fundado una asociación para rehabilitar drogadictos, tiene una autoridad especial cuando añade: «Los que dejan los sacramentos y la vida cristiana, recaen igual que los toxicómanos». 
En España todo el mundo tiene a mano una parroquia para ir a misa y confesarse, la «dieta» que protege del Maligno. Pero no todos tienen a mano un exorcista: sólo un tercio de las diócesis españolas han designado uno. 
Hay obispos de zonas rurales o semirrurales que prefieren remitir sus casos a las ciudades, a las diócesis de Madrid, Barcelona, Valencia, etc. Pero el exorcismo es un ritual que requiere mucha frecuencia, por lo general semanal, y el padre Salvador ha vist
o cómo personas que respondían bien al ritual no volvían a él porque vivían lejos. Por eso considera que la escasez de exorcistas es un mal servicio a las personas que sufren estos problemas. Ya en su libro de 1990, el padre Amorth se mostraba firme: «Debería haber un exorcista en cada catedral, y alguno más en los grandes santuarios».
En la piel del diablo
El periodista José María Zabala, con «Así se vence al demonio» (LibrosLibres), le ha perdido el miedo al Maligno. «Antes estas cosas me asustaban mucho, pero al escribir el libro he visto que, con una vida de oración y sacramentos, no hay nada que temer». Zabala ha hablado con Amorth, con el padre Salvador y con el veteranísimo exorcista oficial de Mallorca, Lorenzo Alcina, que lleva «36 años consecutivos expulsando demonios». Además, ha entrevistado a otros tres sacerdotes extranjeros con experiencia exorcística. Pero el libro es especialmente novedoso por contar con testimonios directos de los afectados, los poseídos o víctimas de maleficios, casi siempre gente que estaba alejada de la fe. Así, conocemos a Diego, un niño de 11 años que levitaba sobre la camilla durante los exorcismos, según su padre. O a Yolanda, José Miguel y Antonio, que se «infectaron» practicando espiritismo. Pero quizá el caso más impactante, es el de Ricardo, un niño de 20 meses a quien una entidad invisible mantenía suspendido en el aire. «Yo vi la película “El Exorcista” pero aquello era más espeluznante», contó su madre, Elena, de 36 años, al periodista hace cuatro meses. El padre Salvador liberó al niño.