
¿Reinado social?
Este reinado de Nuestro Señor Jesucristo debemos proclamarlo de manera universal (eso pertenece a la fe católica); debemos desearlo con toda nuestra alma (eso le toca a la esperanza); debemos realizarlo, en la medida que dependa de nuestra responsabilidad y de nuestras posibilidades (eso pertenece a la caridad)
S.S. Pío XI instituyó la fiesta de Cristo Rey para luchar contra la apostasía social (el laicismo y cualquier otra). Porque si nuestro mundo todavía está dispuesto a admitir (provisionalmente y con sordina) que los individuos puedan reconocer y adorar a Dios, sin embargo, declara bueno, justo y necesario que la sociedad debe ignorarlo, organizándose como si Dios no existiera. Como si Nuestro Señor no fuera el Hijo de Dios hecho hombre, salvador de todos los hombres; como si no hubiese fundado una Iglesia, la que “se encarga de sus asuntos”, aquí abajo.
Frente a esta apostasía, recordemos algunas verdades.
1. Dios creó al hombre para vivir en sociedad: nace en el seno de una familia; las familias deben reagruparse para vivir y para asegurar una vida verdaderamente humana (material, intelectual, moral y religiosa). Dios es, pues, el autor de la sociedad y toda autoridad viene de Dios. La sociedad, en cuanto tal, debe rendir un culto a Dios: reconocerlo (según su modo propio social) y someterse a Él.
2. Los hombres, miembros de la sociedad, han sido elevados al orden sobrenatural. No sólo están hechos para Dios, sino para la intimidad de Dios, con el que entran en sociedad, recibiendo así una nueva vida. Esta elevación tiene necesariamente un reflejo sobre toda sociedad (familiar, profesional y civil), que está obligada a recibir la Revelación divina y ajustarse a ella, tanto en su organización (ley, autoridad), como en su culto.
3. Nuestro Señor, por la Encarnación redentora, por su sacrificio, viene a restaurar lo que estaba perdido o herido por el pecado original, y a restaurarlo “de un modo todavía más admirable”: Él edifica su Cuerpo Místico, restaura la gracia, cura la naturaleza. Por este triple título Él es Rey de la sociedad, Rey de toda sociedad legítima, Rey de las naciones. A Él todo el honor y toda la gloria.
4. La salvación de las almas depende fundamentalmente de la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, pero en concreto depende notablemente de las condiciones sociales (Pío XII): no de la riqueza material o de la pobreza, no de un estado de dependencia o de independencia social, sino de que la sociedad lleve a la virtud o al vicio, del hecho de que la sociedad organice el culto de Dios o el del dinero, del hecho de que las autoridades obren por el bien común o por ambiciones personales u ocultas. La salvación de numerosas almas depende del hecho de que Nuestro Señor Jesucristo reine o no sobre la sociedad civil.
Este reinado de Nuestro Señor Jesucristo debemos proclamarlo de manera universal (eso pertenece a la fe católica); debemos desearlo con toda nuestra alma (eso le toca a la esperanza); debemos realizarlo, en la medida que dependa de nuestra responsabilidad y de nuestras posibilidades (eso pertenece a la caridad): en el orden personal y familiar, en toda sociedad a la que pertenezcamos (profesional u otra). Debemos realizar este reinado no sólo de manera negativa (al asegurarnos de que no haya nada contra la fe o contra las buenas costumbres), sino también de manera positiva: la realeza de Nuestro Señor Jesucristo es activa y debe guiar, regular, vivificar toda la actividad humana y ordenarla a la gloria de Dios.
Por lo tanto, es necesario que Nuestro Señor Jesucristo reine sobre nuestros pensamientos y sobre nuestra mente (fe), que el reine sobre nuestros deseos y nuestras ambiciones (esperanza) y que reine sobre nuestros afectos y nuestras acciones (orden y fervor de la caridad). Hace falta, pues, que Nuestro Señor Jesucristo reine sobre nuestra familia, en su fin, en sus costumbres (vestidos, conversaciones, lecturas), en su clima, en su vida de oración.
Nuestro deber es orar el reinado integral de Nuestro Señor Jesucristo; pero esta oración será estéril si no nos esforzamos por procurar que reine realmente a Nuestro Señor Jesucristo en aquello que depende de nosotros.
El mejor medio de asegurar este reinado de Nuestro Señor Jesucristo es el de recordar que Él estableció aquí abajo una doble regencia: la de la Iglesia católica y la de Nuestra Señora. Tengamos para ambas amor y sumisión: seamos dóciles miembros de la Iglesia, profesando su doctrina y viviendo conforme a su ley, sigamos el ejemplo de Nuestra Señora y recurramos a su intercesión.
Don Hervé Belmont