Soberbia

Soberbia

23 de marzo de 2019 Desactivado Por Regnumdei

“El apetito desordenado de nuestra propia excelencia”

 

Por Juan del Carmelo, Infocatólica

 

La soberbia es la madre…, de todos los vicios humanos, todos ellos tienen su raíz en la soberbia; de la misma forma que en la antítesis de la soberbia, tenemos la más preciada por el Señor, de todas las virtudes que es la humildad, donde tienen su raíz las demás virtudes humanas. En la epístola de Santiago apóstol podemos leer: “5 No piensen que la Escritura afirma en vano: El alma que Dios puso en nosotros está llena de deseos envidiosos. 6 Pero él nos da una gracia más grande todavía, según la palabra de la Escritura que dice: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”.  (St. 4, 5-6).

Santo Tomás de Aquino, define a la soberbia, como: “El apetito desordenado de nuestra propia excelencia”.  También escribía sobre la soberbia diciéndonos: “Si bien todos los vicos nos alejan de Dios, solo la soberbia es la que se opone a Él; Y a ello se debe la resistencia que Dios ofrece a los soberbios.” Y sin embargo, hay quienes estiman que la soberbia es grandeza del hombre a los cual San Agustín manifestaba: “No es grandeza la soberbia, sino hinchazón” También San Agustín decía: “Cuando los humildes reciban el premio, del cual hacen befa los soberbios, la arrogancia de los soberbios se convertirá en llanto”.

Soberbia es creerse uno que es alguien y que representa algo. Soberbia en el hombre es, lo  que en el lenguaje vulgar se expresa y se dice de aquel que se viste con ajenas. En este caso el soberbio se viste con plumas que le corresponden a Dios. Es un menosprecio de Dios apropiándose uno  lo que es solo de Dios, y en definitiva lo que hace es negar a Dios. San Alfonso María Ligorio decía: “El hombre espiritual dominado por la soberbia es un ladrón, porque roba, no bienes terrenos, sino la gloria de Dios. Por esto, San Francisco de Asís solía pedir: Señor, si me concedéis cualquier bien, guardádmelo vos, no sea que os lo robe”.

El orgullo que nace de la soberbia, nos aparta de la Verdad, que es Dios mismo, pues nos hace creer, que todo gira a nuestro alrededor, que nosotros somos el centro del centro y por lo tanto, lo que nosotros pensamos y deseamos, es la verdad. Salvador Canals, escribe diciendo: “El incrédulo es un ciego que atraviesa el mundo y ve las cosas creadas, sin descubrir a Dios. El soberbio descubre y ve a Dios en la naturaleza pero no logra descubrirlo y verlo en sí mismo”.

El soberbio, mancha con su soberbia toda su propia conducta, a todo le da la impronta de su condición de soberbio. Él tiene que ser siempre un Vip, jamás acepta lo que para él supone una humillación: el pasar desapercibido. El será siempre el primero, el que marque pautas, el que no admita réplicas ni diálogo alguno. La paciencia la desconocerá, y la arrogancia y el egoísmo serán siempre las dos piernas sobre las que camine. Todos de una forma u otra, estamos manchados por la soberbia, pero lo peor de todo, es que no nos damos cuenta, y caminamos por la vida creyendo que estamos libres de ser soberbios. Esta es nuestra gran tragedia que no tenemos noción del pecado de soberbia. Nunca buscamos ni deseamos la humillación, que es gran remedio para irnos curando de nuestra soberbia, porque repito en mayor o menor grado, la soberbia nos tiene cogidos. Nadie en este tema podemos tirar la primera piedra.

Es clásica la expresión de que los enemigos del alma son: Mundo demonio y carne, pero hay opiniones para darle la preeminencia a la soberbia. Escribía un cartujo diciéndonos: “El cuerpo no es nuestro enemigo más poderoso, ni el más tenaz. El pecado ha penetrado en nosotros más profundamente, y es en el centro mismo de nuestro espíritu donde ha depositado el orgullo. Es allí donde realmente el amor propio esconde sus raíces impalpables”. San Francisco de Sales, nos escribe también sobre la soberbia diciéndonos: “No hay palabras para expresar la fuerza y la astucia de este demonio de la soberbia, ni el ingenio y la variedad de artimañas. Es una verdadera serpiente que ha nacido con nosotros, y quiere enredar en sus anillos y enconar con su veneno todas nuestras pasiones, las más santas y las más indiferentes, nuestros más secretos pensamientos y nuestras más rectas intenciones. Se alimenta con frecuencia de nuestras mismas virtudes, y trata de aprovecharse hasta de los dones más exquisitos de Dios. Si alguna vez parece adormecerse, es para introducirse con mayor comodidad en nuestras almas llenas de ilusiones; si se muestra, si se deja herir, es para triunfar con los mismos golpes que le asestamos”.

Desde luego como siempre ocurre cuando se ocupa uno de un vicio o una virtud, siempre varias clases de ellos y de ellas. En el caso de la soberbia tenemos una clase muy especial que Dios la tiene una especial repugnancia, es el orgullo espiritual fruto de la soberbia espiritual. San Agustín nos dice: “Cuanto más convencidos están de su propia rectitud, tanto más atienden a los pecados y faltas de los demás, de todos los que les rodean”. De la creencia en nuestra propia rectitud y santidad de vida, nos nace la soberbia y de esta el orgullo espiritual.

El Señor claramente nos alude a esta situación en el pasaje evangélico de los dos hombres que suben al Templo a orar: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás  hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias”. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!». Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”.

Para Nemeck F. K. y Coombs: El orgullo espiritual genera una idea falsa de haber logrado ya la perfección, lo cual a su vez lleva a la mediocridad interior y a la autocomplacencia… Las personas con orgullo espiritual, fácilmente enjuician y critican a los demás… Las personal con soberbia espiritual, ordinariamente desean “tratar su espíritu” (buscar director espiritual) con aquellos que entienden que han de alabar y estimar sus cosas, y huyen como de la muerte de aquellos que se las deshacen para ponerlos en camino seguro, y aún a veces toman ojeriza con ellos… A los pagados de orgullo espiritual, les suele gustar hablar y comentar acerca de sus experiencias de Dios con demasiada facilidad, con demasiada ligereza y con demasiada gente..

La identificación de uno mismo, escribe Jacques Philippe, con el bien que es capaz de hacer conduce al orgullo espiritual: de forma más o menos consciente, nos consideramos el origen o el autor de ese bien…. El bien que hagamos no es de nuestra propiedad, sino un estímulo que Dios nos concede. Nos dice San Pablo: “¿Qué tienes tú que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te glorias como si no lo hubieras recibido? (1Co 4, 7), .

“El orgullo espiritual se alimenta de todo lo que puede digerir, nos dice Slawomir Biela, incluso de un examen de conciencia bien hecho y de la contrición por los pecados percibidos”. Es por ello, que Dios tiene formas de protegernos del orgullo espiritual, y una de ellas, ya lo hemos señalado en varias ocasiones, es ocultándonos los frutos de nuestra vida espiritual.

Por Juan del Carmelo, Infocatólica