Derriba del trono a los poderosos
Eva cayó por dialogar. Él vino: “Pero come, por qué…” – “No, pero si el Señor…”, Pobrecilla: se creyó una gran teóloga y cayó». (Papa Francisco)
No es fácil perderlo de vista. Y es que el poder es una tentación muy sutil. Se cuela entre las rendijas del alma cuando ésta se deja seducir por la ambición, se rinde a la estética del dominio o se autoengaña pensando ser mejor que las demás o que es más conveniente o relajante contar con mayores cotas de reconocimiento. Cae con frecuencia en esta lógica quiene tiene temor de ser sorprendido en sus bajezas, o quien se siente vulnerable con sus flaquezas y profundas carencias. Se aferra a lo que antes cuestionaba, y cuestiona, duda y abandona la trascendencia en la que gozo de contención.
Es una vieja tentación a la que sucumben los propios discípulos de Jesús al pedirle al Maestro sentarse a su lado en el Reino. Los Zebedeo no habían entendido nada, después de tanto tiempo y merecen el reproche del Señor. No sea así entre vosotros, les dijo. Quien quiera ser primero, sea el servidor de todos.
La propuesta de Jesús es contracultural. Va a contracorriente. En nuestro mundo todos desean tener más, llegar más alto, acumular más influencia y poder, nadar en el éxito y alcanzar mayores cotas de popularidad. No sea así entre vosotros. Quienes hemos decidido seguir a Jesús hemos de aprender a poner los pies allí donde el Maestro ha pisado primero, que es la senda del anonadamiento, de la humillación pública, de la soledad en la oración, de la cruz y el sacrificio. Y su huella es la del servicio, la disponibilidad, la acogida incondicional, el perdón sin límites, la sanación de tantas heridas que dejan cicatrices profundas en el alma de las personas, la de la esperanza alentada en cada caída, la del que pone siempre por delante al hermano. La de la renuncia a uno mismo, postergando lo que es menos trascendente como el orgullo, la propia gloria, la comodidad, las preferencias personales, la conveniencia y el sintomático calculismo en el proceder. Es difícil entenderlo. Pero es más difícil aún hacerlo proyecto propio, estilo de vida, opción despojada de toda pretensión, un modo de ser en el mundo.
Hay un enemigo «seductor» que se aprovecha «de nuestra curiosidad y nuestra vanidad» prometiendo «regalos bien envueltos» en un bonito «paquete, sin dejarnos ver qué hay dentro»; que es como «un perro rabioso y encadenado» al que no acercarse —porque de otra manera «te muerde, te destruye»— y con el que no hay que dialogar nunca, al contrario, combatir con las armas de la oración, de la penitencia y del ayuno. (8 de Mayo, 2018)
«A nuestra vanidad le gusta que piensen en nosotros, que nos hagan propuestas… Y él tiene esta capacidad; esta capacidad de seducir», nos ha advertido el Papa Francisco, refiriéndose a la endémica tentación del poder en el mundo eclesiástico. Es un “seductor” enemigo que «sabe hablar bien. Habla muy bien». No solo: «sabe también tocar, sabe cantar; incluso el Aleluya pascual es capaz de cantar, para engañar. Es el gran mentiroso, el padre de la mentira». EL santo Padre advierte que el Señor es claro: «vigilad, rezad y después, por otra parte, dice: oración y ayuno. Solamente con esto».
No es la primera vez que el tema está en la homilía pontificia. El mismo Benedicto XVI arremetió contra el “hacer carrera” de clérigos, sacerdotes y obispos seducidos por el deseo de ser más, de estar por encima de los otros, de poder disponer de la vida de quienes están bajo tu mirada escrutadora y tu voluntad. El Papa Francisco lo denunció: seguir a Jesús como si fuera un proyecto cultural es terminar haciendo un uso perverso de su camino para conseguir los propios fines.
No sea así entre vosotros. El que vino a servir y no a ser servido nos ha mostrado el camino para darle la vuelta a la realidad. También para hacer emerger de nuevo el modelo de Iglesia de la primera comunidad, de los santos y los padres apostólicos, sagrado, sobrenatural, con la solemnidad de la santidad, y la modestia de los consejos evangélicos, de la autoridad de la virtud y la fidelidad al Magisterio, la equidad y sobriedad en el gobierno, que ofrece para quien se abaja y se hace dramática e insoportable, para el que buscaba glorias humanas, tronos feudales y vanaglorias ganadas de elite y negociaciones. No se trata de recuperar popularidad ni de encantamientos ideológicos, políticos o económicos. No es tampoco la autodeclarada eficacia, de mesianismos eficaces, de fórmulas modernas o de oráculos olvidados. No es la suficiencia del “hacer” ni del “saber”. Hay una revolución en marcha, contra toda voluntad humana, que ejerce el Espíritu Santo, que se llama “Santidad” en la que sopla la brisa divina, que no todos pueden percibir, y donde se derriba del trono a los poderosos y se enaltece a los humildes. Es la Iglesia que va de la mano de quien es la única Sierva del Señor, que aplasta la cabeza de la serpiente, cuyos caminos se hacen desconocidos para quienes pensaron conocerlos, y creyeron estaban seguros.
Una última advertencia del Papa: «otra cosa que debemos hacer: estar atentos y no dialogar con el diablo. Eva cayó por dialogar. Él vino: “Pero come, por qué…” — “No, pero si el Señor…”, Pobrecilla: se creyó una gran teóloga y cayó». Sin embargo «no dialogar», visto que «Jesús nos da el ejemplo. En el desierto, cuando el diablo lo lleva a la tentación —las tres tentaciones— ¿cómo responde Jesús»? Se preguntó el Papa. «Con las palabras de Dios —fue la respuesta decidida— con la palabra de la Biblia. Nunca con una palabra suya; no dialoga con él. Jesús expulsa a los demonios, les expulsa o responde con la palabra de Dios. Algunas veces, pregunta el nombre. No hace otro diálogo con ellos». En resumen «con el diablo no se dialoga, porque él nos vence, es más inteligente que nosotros. Es un ángel; es un ángel de luz. Y muchas veces se acerca a nosotros haciendo ver esta luz, pero ha perdido la luz, y se disfraza como ángel de luz, pero es un ángel de sombra, un ángel de muerte». (8 de mayo, 2018)