DOMINGO V DE PASCUA CICLO B
El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto.
DOMINGO V DE PASCUA CICLO B
+SANTO EVANGELIO
San Juan 15,1-8.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.
El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía.
Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
+PADRES DE LA IGLESIA
San Agustín: Esto lo dice porque es la cabeza de la Iglesia, y nosotros sus miembros, el mediador entre Dios y los hombres, el que es hombre Cristo Jesús. En verdad que son de una misma naturaleza la vid y los sarmientos. Pero cuando añade la palabra verdadera ¿no prescinde de aquella vid de que ha tomado la comparación? De tal modo se dice vid por semejanza, como se dice cordero, oveja y otras cosas análogas, de manera que más bien son verdaderas las cosas que se toman por comparación. Pero diciendo «Yo soy la verdadera vid», se distingue de aquella otra, de la cual dice Jeremías: «¿Cómo se convirtió en amargura la vid ajena?» (Jer 2,21). Porque, ¿cómo había de ser verdadera vid, la que se esperaba que produjera uvas y produjo espinas?
San Juan Crisóstomo: Ved aquí, pues, que el Hijo coopera, no menos que el Padre, al bien de sus discípulos. Porque si el Padre limpia, El contiene, lo que hace que los sarmientos den fruto. Sin embargo, es cosa clara que también el Hijo limpia, y que el permanecer en la raíz es también propio del Padre, que engendró la raíz. Es, pues, un gran perjuicio el no poder hacer nada; mas no se detiene aquí, sino que prosigue: «Si alguno no estuviere en mí, será arrojado fuera (esto es, no gozará de los cuidados del labrador) y se secará (esto es, perderá todo aquello que hubiere recibido de la raíz, privado de su auxilio y de su vida), y lo amontonarán”.
San Agustín: No de igual manera ellos en El, que El en ellos, porque lo uno y lo otro es para provecho de ellos, no de El, siendo así que los sarmientos están en la vid de tal suerte que en nada lo ayudan, sino que de ella reciben la vida. O sea, que la vid está en los sarmientos para comunicarles vida, no para recibirla de ellos. De esta forma, teniendo en sí a Cristo y permaneciendo ellos en Cristo, aprovechan en ambas cosas ellos, no Cristo. Por esto añade: «Así como el sarmiento no produce fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no estáis en mí». ¡Gran prueba en favor de la gracia! Alienta los corazones humildes, abate los soberbios. Por ventura, ¿no resisten a la verdad los que juzgan innecesaria la ayuda divina, y, lejos de ilustrar su voluntad, la precipitan? Porque aquel que opina que puede dar fruto por sí mismo, ciertamente no está en la vid: el que no está en la vid no está en Cristo, y el que no está en Cristo no es cristiano.
+CATECISMO DE LA IGLESIA
787: Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida; les reveló el Misterio del Reino; les dio parte en su misión, en su alegría y en sus sufrimientos. Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan: «Permaneced en mí, como yo en vosotros… Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» (Jn 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6, 56).
755: «La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia y que sin Él no podemos hacer nada».
2074: «Jesús dice: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida fecundada por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. “Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12)».
736: «Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos “el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza”».
1988: «Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia, sarmientos unidos a la Vid que es Él mismo».
+Pontífices
Papa Francisco:
9 de enero de 2014
El amor verdadero no es el de las telenovelas. No está hecho de ilusiones. El verdadero amor es concreto, se centra en los hechos y no en las palabras; en el dar y no en la búsqueda de beneficios. La receta espiritual para vivir el amor hasta el extremo está en el verbo “permanecer”, un “doble permanecer: nosotros en Dios y Dios en nosotros”.
El Papa Francisco, en la misa del jueves 9 de enero, indicó en la persona de Jesucristo, Verbo de Dios hecho hombre, el fundamento único del amor verdadero. Ésta es la verdad, dijo, “la clave para la vida cristiana”, “el criterio” del amor.
Como es costumbre, el Pontífice si inspiró para su meditación en la liturgia del día, en especial en la primera lectura (Jn 4, 11-18), donde se encuentra más de una vez una palabra decisiva: “permanecer”. El apóstol Juan, dijo el Papa, “nos dice muchas veces que debemos permanecer en el Señor. Y nos dice también que el Señor permanece en nosotros”. En esencia afirma “que la vida cristiana es precisamente “permanecer”, este doble permanecer: nosotros en Dios y Dios en nosotros”. Pero “no permanecer en el espíritu del mundo, no permanecer en la superficialidad, no permanecer en la idolatría, no permanecer en la vanidad. No, permanecer en el Señor. Y el Señor, explicó el Papa, “corresponde a esta” actitud nuestra, y, así, “Él permanece en nosotros”. Es más, es “Él quien permanece antes en nosotros”, que, por el contrario, “muchas veces lo sacamos fuera” y así “no podemos permanecer en Él”.
“Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él” escribe una vez más Juan que, afirmó el Papa, nos dice en la práctica cómo “este permanecer es lo mismo que permanecer en el amor”. Y es una “cosa hermosa oír esto del amor”, añadió, alertando: “Mirad que el amor del que habla Juan no es el amor de las telenovelas. No, es otra cosa”. En efecto, explicó el Pontífice, “el amor cristiano tiene siempre una cualidad: lo concreto. El amor cristiano es concreto. Jesús mismo, cuando habla del amor, nos habla de cosas concretas: dar de comer a los hambrientos, visitar a los enfermos”. Son todas “cosas concretas” porque, precisamente “el amor es concreto”. Es “lo concreto de la vida cristiana”.
Así, el Papa Francisco advirtió: “cuando no existe lo concreto” se acaba por “vivir un cristianismo de ilusiones, porque no se comprende bien dónde está el centro del mensaje de Jesús”. El amor “no llega a ser concreto” y se convierte en “un amor de ilusiones”. Es una “ilusión” también la que “tenían los discípulos cuando, mirando a Jesús, creían que fuese un fantasma” como relata elpasaje evangélico de Marcos (Mc 6, 45-52). Pero, comentó el Papa, “un amor de ilusiones, no concreto, no nos hace bien”.
“¿Pero cuándo sucede esto?”, fue la pregunta del Papa para comprender cómo se cae en la ilusión y no en lo concreto. Y la respuesta, dijo, se encuentra muy clara en el Evangelio. Cuando los discípulos piensan que ven a un fantasma, explicó el Pontífice citando el texto, “dentro de sí estaban fuertemente asombrados porque no habían comprendido el hecho de los panes, la multiplicación de los panes: su corazón estaba endurecido”. Y “si tú tienes el corazón endurecido, no puedes amar. Y piensas que el amor es imaginarse las cosas. No, el amor es concreto”.
Hay un criterio fundamental para vivir de verdad el amor. “El criterio del permanecer en el Señor y el Señor en nosotros −afirmó el Papa− y el criterio de lo concreto en la vida cristiana es lo mismo, siempre: el Verbo vino en la carne”. El criterio es la fe en la “encarnación del Verbo, Dios hecho hombre”. Y “no existe un cristianismo auténtico sin este fundamento. La clave de la vida cristiana es la fe en Jesucristo, Verbo de Dios hecho hombre”.
El Papa Francisco sugirió también el modo de “conocer” el estilo del amor concreto, explicando que “hay algunas consecuencias de este criterio”. Y propuso dos de ellas. La primera es que “el amor está más en las obras que en las palabras. Jesús mismo lo dijo: no los que me dicen “Señor, Señor”, los que hablan mucho, entrarán en el Reino de los cielos; sino aquellos que cumplen la voluntad de Dios”. Es la invitación, por lo tanto, a ser “concretos” cumpliendo “las obras de Dios”.
Hay una pregunta que cada uno debe hacerse a sí mismo: “Si yo permanezco en Jesús, permanezco en el Señor, permanezco en el amor, ¿qué hago por Dios −no lo que pienso o lo que digo− y qué hago por los demás?”. Por lo tanto, “el primer criterio es amar con las obras, no con las palabras”. Las palabras, por lo demás, “se las lleva el viento: hoy están, mañana ya no están”.
El “segundo criterio de lo concreto” propuesto por el Papa es: “en el amor es más importante dar que recibir”. La persona “que ama da, da cosas, da vida, se entrega a sí mismo a Dios y a los demás”. En cambio la persona “que no ama y que es egoísta busca siempre recibir. Busca siempre tener cosas, tener ventajas. He aquí, entonces, el consejo espiritual de “permanecer con el corazón abierto, no como el de los discípulos que estaba cerrado” y les llevaba a no comprender. Se trata, afirmó una vez más el Papa, de “permanecer en Dios”, así “Dios permanece en nosotros. Y permanecer en el amor”.
El único “criterio para permanecer está en nuestra fe en Jesucristo Verbo de Dios hecho carne: precisamente el misterio que celebramos en este tiempo”. Y luego volvió a afirmar que “las dos consecuencias prácticas de este modo concreto de vida cristiana, de este criterio, son que el amor está más en las obras que en las palabras; y que el amor está más en dar que en recibir”.
Precisamente “mirando al Niño, en estos tres últimos días del tiempo de Navidad”, mirando al Verbo que se hizo carne”, el Papa Francisco concluyó la homilía invitando a renovar “nuestra fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Pidamos la gracia −deseó− de que nos conceda este modo concreto de amor cristiano para permanecer siempre en el amor” y de hacer lo posible para que “Él permanezca en nosotros”.
(Ordenación Sacerdotal, 21 de abril de 2013)
Benedicto XVI:
En este V domingo de Pascua, la liturgia nos presenta la página del evangelio de san Juan en la que Jesús, hablando a los discípulos durante la última Cena, los exhorta a permanecer unidos a él como los sarmientos a la vid. Se trata de una parábola realmente significativa, porque expresa con gran eficacia que la vida cristiana es misterio de comunión con Jesús: “El que permanece en mí y yo en él —dice el Señor—, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). El secreto de la fecundidad espiritual es la unión con Dios, unión que se realiza sobre todo en la Eucaristía, con razón llamada también “Comunión”. Me complace subrayar este misterio de unidad y de amor en este período del año, en el que muchísimas comunidades parroquiales celebran la primera Comunión de los niños. A todos los niños que en estas semanas se encuentran por primera vez con Jesús Eucaristía quiero dirigirles un saludo especial, deseándoles que se conviertan en sarmientos de la Vid, que es Jesús, y crezcan como verdaderos discípulos suyos.
Un camino seguro para permanecer unidos a Cristo, como los sarmientos a la vid, es recurrir a la intercesión de María, a quien ayer, 13 de mayo, veneramos particularmente recordando las apariciones de Fátima, donde en 1917 se manifestó varias veces a tres niños, los pastorcitos Francisco, Jacinta y Lucía. El mensaje que les encomendó, en continuidad con el de Lourdes, era una fuerte exhortación a la oración y a la conversión, un mensaje de verdad profético, considerando que el siglo XX se vio sacudido por destrucciones inauditas, causadas por guerras y regímenes totalitarios, así como por amplias persecuciones contra la Iglesia.
Además, el 13 de mayo de 1981, hace 25 años, el siervo de Dios Juan Pablo II sintió que había sido salvado milagrosamente de la muerte por la intervención de “una mano materna”, como él mismo dijo, y todo su pontificado estuvo marcado por lo que la Virgen había anunciado en Fátima. Aunque no faltaron preocupaciones y sufrimientos, y aunque existen motivos de preocupación por el futuro de la humanidad, consuela lo que la “blanca Señora” prometió a los pastorcitos: “Al final, mi Corazón inmaculado triunfará”.
Con esta certeza, nos dirigimos ahora con confianza a María santísima, agradeciéndole su constante intercesión y pidiéndole que siga velando sobre el camino de la Iglesia y de la humanidad, especialmente sobre las familias, las madres y los niños.
(REGINA CÆLI, Regina Coeli 2006)