Evangelio Diario y Meditación

Evangelio Diario y Meditación

30 de noviembre de 2015 Desactivado Por Regnumdei

«Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»

Evangelio Diario y Meditación

+Santo Evangelio:

Evangelio según San Mateo 4,18-22. 

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. 

Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres». 

Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. 

Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. 

Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. 

+Meditación:

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), Homilías sobre el evangelio de Mateo, nº 14, 2

     ¡Qué admirable pesca la del Salvador! Admirad la fe y la obediencia de los discípulos. La pesca, como sabéis, requiere una constante atención. Ahora bien, cuando esos se encuentran justo en medio de su trabajo, oyen la llamada de Jesús y no dudan un solo momento; no dicen. «Déjanos regresar a casa para hablar con nuestros próximos». No, lo dejan todo inmediatamente y le siguen, tal como Eliseo hizo con Elías (1R 19,20). Es esta clase de obediencia la que nos pide Cristo, sin la más mínima duda, incluso en el caso que nos apremien necesidades aparentemente más urgentes. Por eso cuando un joven que le quería seguir le pidió si podía ir antes a enterrar a su padre, ni tan sólo esto se lo dejó hacer (Mt 8,21). Seguir a Jesús, obedecer su palabra, es un deber que está por encima de todos los demás.

     ¿Acaso me dirás que la promesa que les había hecho era muy grande? Por eso los admiro yo tanto: ¡cuando aún no habían visto ningún milagro, creyeron en una promesa tan grande y renunciaron a todo para seguirle! Es porque creyeron que, con las mismas palabras con las que habían sido cogidos durante la pesca, podrían ellos pescar a otros.

+Adviento:

San Carlos Borromeo: Cartas pastorales

Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos sus­piros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de ale­gría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, ala­bando y dando gracias al Padre eterno por la misericor­dia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos en­vió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costum­bres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecer­nos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adop­tivos y herederos de la vida eterna.

 La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacra­mentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.

 La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

 Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos ense­ña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Es­píritu Santo y de diversos ritos, a recibir conveniente­mente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como Si hubiera él de venir nuevamente al mun­do. No de otra manera nos lo enseñaron con sus pala­bras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.

+Comunión Espiritual: 

  Dices: «Venid a mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé» (Mt 11,28). ¡Oh dulce y amable palabra en los oídos del pecador! ¡Que tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu santísimo cuerpo!  Mas, ¿quién soy yo, Señor, para que presuma llegar a ti? Veo que no cabes en los cielos de los cielos, y tú dices: «¡Venid a mí todos!”.  ¿Qué quiere decir esta tan piadosísima dignación y este tan amistoso convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en que pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi casa yo, que tantas veces ofendí tu benignísima presencia? Los ángeles y arcángeles tiemblan; los santos y justos temen, y tú dices: «!Venid a mí todos!”. Si tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería?  Y si tú no lo mandases, ¿quién osaría llegarse a ti?” (Imitación de Cristo, IV)