1 Domingo Adviento Ciclo B
Mc 13, 33-37: “Estén atentos, pues no saben cuándo vendrá el dueño de la casa”
PADRES DE LA IGLESIA
San Máximo de Turín: «Hermanos, preparémonos, pues, a acoger el día del nacimiento del Señor adornados con vestidos resplandecientes de blancura. Hablo de los que visten el alma, no el cuerpo. El vestido que cubre nuestro cuerpo es una túnica sin importancia. Pero el cuerpo es un objeto precioso que reviste al alma. El primer vestido está tejido por manos humanas; el segundo es obra de las manos de Dios. Por eso es necesario velar con una solicitud muy grande para preservar de toda mancha la obra de Dios… Antes de la Natividad del Señor, purifiquemos nuestra conciencia de toda suciedad. Presentémonos, no revestidos de seda, sino con obras de valor… Comencemos, pues, por adornar nuestro santuario interior».
San Beda: «El hombre que saliendo a un viaje largo dejó su casa es Cristo, quien, subiendo triunfante a su Padre después de la resurrección, dejó corporalmente la Iglesia, sin privarla por eso de la protección de la presencia divina».
San Juan Crisóstomo: «Quiere, pues, que los discípulos siempre anden solícitos. Por esto les dice: “Velad”».
San Gregorio Magno: «Vela el que tiene los ojos abiertos en presencia de la verdadera luz; vela el que observa en sus obras lo que cree; vela el que ahuyenta de sí las tinieblas de la indolencia y de la ignorancia».
San Agustín: «No dijo: velad, tan sólo a aquellos a quienes entonces hablaba y le oían, sino también a los que existieron después de aquéllos y antes que nosotros. Y a nosotros mismos, y a los que existirán después de nosotros hasta su última venida (porque a todos concierne en cierto modo), pues ha de llegar aquel día para cada uno. Y cuando hubiera llegado, cada cual ha de ser juzgado así como salga de este mundo. Y por esto ha de velar todo cristiano, para que la venida del Señor no le encuentre desprevenido; pues aquel día encontrará desprevenido a todo aquel a quien el último día de su vida le haya encontrado desprevenido».
San Gregorio Magno: «Quiso, pues, el Señor, que la última hora sea desconocida, para que siempre pueda ser sospechosa; y mientras no la podamos prever, incesantemente nos prepararemos para recibirla».
San Agustín (SERMÓN 18: Sobre el v.3 del salmo 49: Dios vendrá manifiesto)
LAS DOS VENIDAS DE CRISTO. —Aceptad benévolos estas breves consideraciones que, para mover las almas de vuestra caridad, me sugiere ahora el Señor tocantes al salmo de hoy, donde habemos oído y cantado: Vendrá de manifiesto Dios; el Dios nuestro no callará. Lo cual se dijo en profecía de nuestro Señor Jesucristo. Pues, en efecto, el Señor Cristo, Dios nuestro e Hijo de Dios, la primera venida hízola sin aparato; pero en la segunda vendrá de manifiesto. Cuando vino callando, dióse a conocer no más que a sus siervos; cuando venga de manifiesto, mostraráse a buenos y malos. Cuando vino de incógnito, vino a ser juzgado; cuando venga manifiesto, ha de ser para juzgar. Y, en fin, cuando se le juzgó a él, guardó silencio; silencio del que había dicho un profeta: Fue llevado cual oveja al matadero, y al igual del cordero, no abrió su boca en presencia del esquilador. Pero nuestro Dios vendrá de manifiesto y no se callará. Calló cuando había de ser juzgado, pero no ha de callar así cuando haya él de juzgar. A decir verdad, ni aun ahora está callado para quien guste de oírle; y si dice que no callará entonces, dícelo por haber entonces de oírle aun los que ahora le menosprecian. Porque ahora, en hablándose que se habla de las cosas ordenadas por el Señor, algunos las toman a risa. Como las promesas de Dios no dan en los ojos todavía y las amenazas no se ven, lo que manda es motivo de burla. Esta que llaman felicidad en el mundo gózanla también los malos, y la que se llama desdicha de este mundo también los buenos la tienen; y los hombres que sólo miran en lo de acá y no creen en lo por venir observan como bienes y males en el siglo presente los tienen buenos y malos sin distinción. Si anhelan riquezas, ven ricos a hombres pesimos y a hombres buenos; y si los estremecen la pobreza y las calamidades de este mundo, ven padecer estas miserias tanto a buenos como a los malos: por donde vienen a decir en su corazón: «Dios no vuelve los ojos a las cosas humanas ni se fatiga en gobernarlas; antes bien nos dejo a merced de la fortuna en este hondón profundísimo del mundo, donde nos tiene abandonados.» Y de ahí pasan a desdeñar lo mandado, pues no descubren señales de justicia.
CATECISMO DE LA IGLESIA
Adviento, actualización de la espera del Mesías
524: Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida.
¡Estad en vela, vigilantes!
2612: En Jesús «el Reino de Dios está próximo», llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que «es y que viene», en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación.
2730: Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en lavigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último día y al «hoy». El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: «Dice de ti mi corazón: busca su rostro» (Sal 27,8).
2849: Pues bien, este combate [contra la tentación] y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya. La vigilancia es «guarda del corazón», y Jesús pide al Padre que «nos guarde en su Nombre» (Jn 17,11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia. Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. «Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela» (Ap 16,15).