El Padre Pío y la Santa Misa
Sufro todo lo que Jesús sufrió en su Pasión, aunque sin proporción, sólo en cuanto lo puede hacer una creatura humana. Y esto, a pesar de cada uno de mis faltas y por su sola bondad.
La Misa explicada por San Pío de Pietrelcina
Testimonio del P. Derobert, hijo espiritual del Padre Pío.
El Padre Derobert, hijo espiritual del Padre Pío, explica el sentido que tenía la Misa para el Santo de Pietrelcina
El Padre Derobert, hijo espiritual del Padre Pío, explica el sentido que tenía la Misa para el Santo de Pietrelcina: “El me había explicado poco antes de mi ordenación sacerdotal que celebrando la misa había que poner el paralelo su cronología y la cronología de la Pasión de Cristo. Se trataba de comprender y de darse cuenta, en primer lugar, de que el sacerdote en el altar es Jesucristo. Y desde ese momento Jesús en su sacerdote revive indefinidamente su Pasión”.
Y este es el itinerario de la cronología y orden en paralelo de la Misa y de la Pasión:
1.- Desde la señal de la Cruz hasta el Ofertorio: Es el tiempo de encuentro con Jesús en Getsemaní, sufriendo con Él ante la marea negra del pecado. Unirse a Él en el dolor de ver que la Palabra del Padre, que Él había venido a traernos, no sería recibida o sería recibida muy mal por los hombres. Y desde esta óptica hay que escuchar las lecturas de la Misa que están dirigidas personalmente a mí y a nosotros.
2.- El Ofertorio: Evoca el arresto de Jesús. La Hora ha llegado…
3.- El Prefacio: Es el canto de alabanza, entrega y agradecimiento que Jesús dirige al Padre que le ha permitido llegar a esta Hora.
4.- Desde el comienzo de la plegaria eucarística hasta la consagración: Empezamos encontrándonos con Jesús en prisión para después hacer memoria y celebración de su atroz flagelación y coronación de espinas. Seguimos con su Vía Crucis, el camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén –imagen de todo el mundo y de toda la humanidad-, teniendo presentes en el “memento” a los que están allí, en la Misa, y a todos.
5.- La consagración: Se nos da el cuerpo de Cristo, entregado de nuevo ahora. Es místicamente la crucifixión del Señor, y por eso el Padre Pío sufría atrozmente en este momento de la Misa, durante la consagración.
6.- Las plegarias inmediatamente posteriores a la consagración: Nos unimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este instante al Padre el sacrificio redentor. Es el sentido de la oración litúrgica inmediatamente después de la consagración.
7.- La doxología final, “Por Cristo, con Él y en Él…”: Corresponde al grito de Jesús “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu…”. Desde este momento, el sacrificio es consumado y aceptado por el Padre. Los hombres desde ahora ya no están separados de Dios, se vuelven a encontrar unidos. Y esa la razón por la que a continuación de la doxología se reza el Padre Nuestro.
8.- La fracción del Pan: Marca la muerte de Jesucristo.
9.- La intinción y posterior comunión: La intinción es el momento en que el sacerdote, habiendo quebrado la sagrada hostia, símbolo de la muerte, deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en el cáliz de su preciosa sangre. Marca el momento de la resurrección, pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo y a Cristo crucificado y resucitado a quien vamos a recibir en la comunión.
10.- La bendición final de la Misa: Con ella el sacerdote marca a los fieles con la cruz de Cristo como signo distintivo y, a su vez, escudo protector contra las astucias del Maligno. Es también signo de envío y de misión como Jesucristo, tras su Pasión y ya resucitado, envío a sus apóstoles a hacer discípulos de todos los pueblos.
En 1974 se publicó una obra en italiano, titulada «Cosí parlò Padre Pio»: «Así habló el Padre Pio» (San Giovanni Rotondo, Foggia, Italia), con el imprimatur de Mons. Fanton, obispo auxiliar de Vincencia.
En este presente trabajo sacamos algunos pasajes en los que el Padre Pío hablaba de la Santa Misa:
Padre, ¿ama el Señor el Sacrificio?
Sí, porque con él regenera el mundo.
¿Cuánta gloria le da la Misa a Dios?
Una gloria infinita.
¿Qué debemos hacer durante la Santa Misa?
Compadecernos y amar.
Padre, ¿cómo debemos asistir a la Santa Misa?
Como asistieron la Santísima Virgen y las piadosas mujeres. Como asistió San Juan al Sacrificio Eucarístico y al Sacrificio cruento de la Cruz.
Padre, ¿qué beneficios recibimos al asistir a la Santa Misa?
No se pueden contar. Los veréis en el Paraíso. Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu fe y medita en la Víctima que se inmola por ti a la Divina Justicia, para aplacarla y hacerla propicia. No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús, crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y será tu dulce inspiración.
Padre, ¿qué es su Misa?
Una unión sagrada con la Pasión de Jesús. Mi responsabilidad es única en el mundo -decía llorando.
¿Qué tengo que descubrir en su Santa Misa?
Todo el Calvario.
Padre, dígame todo lo que sufre Vd. durante la Santa Misa.
Sufro todo lo que Jesús sufrió en su Pasión, aunque sin proporción, sólo en cuanto lo puede hacer una creatura humana. Y esto, a pesar de cada uno de mis faltas y por su sola bondad.
Padre, durante el Sacrificio Divino, ¿carga Vd. nuestros pecados?
No puedo dejar de hacerlo, puesto que es una parte del Santo Sacrificio.
¿El Señor le considera a Vd. como un pecador?
No lo sé, pero me temo que así es.
Yo lo he visto temblar a Vd. cuando sube las gradas del Altar. ¿Por qué? ¿Por lo que tiene que sufrir?
No por lo que tengo que sufrir, sino por lo que tengo que ofrecer.
¿En qué momento de la Misa sufre Vd. más?
En la Consagración y en la Comunión.
Padre, esta mañana en la Misa, al leer la historia de Esaú, que vendió su primogenitura, sus ojos se llenaron de lágrimas.
¡Te parece poco, despreciar los dones de Dios!
¿Por qué, al leer el Evangelio, lloró cuando leyó esas palabras: «Quien come mi carne y bebe mi sangre»…?
Llora conmigo de ternura.
Padre, ¿por qué llora Vd. casi siempre cuando lee el Evangelio en la Misa?
Nos parece que no tiene importancia el que un Dios le hable a sus creaturas y que ellas lo contradigan y que continuamente lo ofendan con su ingratitud e incredulidad.
Su Misa, Padre, ¿es un sacrificio cruento?
¡Hereje!
Perdón, Padre, quise decir que en la Misa el Sacrificio de Jesús no es cruento, pero que la participación de Vd. a toda la Pasión si lo es. ¿Me equivoco?
Pues no, en eso no te equivocas. Creo que seguramente tienes razón.
¿Quien le limpia la sangre durante la Santa Misa?
Nadie.
Padre, ¿por qué llora en el Ofertorio?
¿Quieres saber el secreto? Pues bien: porque es el momento en que el alma se separa de las cosas profanas.
Durante su Misa, Padre, la gente hace un poco de ruido.
Si estuvieses en el Calvario, ¿no escucharías gritos, blasfemias, ruidos y amenazas? Había un alboroto enorme.
¿No le distraen los ruidos?
Para nada.
Padre, ¿por qué sufre tanto en la Consagración?
No seas malo… (no quiero que me preguntes eso…).
Padre, ¡dígamelo! ¿Por qué sufre tanto en la Consagración?
Porque en ese momento se produce realmente una nueva y admirable destrucción y creación.
Padre, ¿por qué llora en el Altar y qué significan las palabras que dice Vd. en la Elevación? Se lo pregunto por curiosidad, pero también porque quiero repetirlas con Vd.
Los secretos de Rey supremo no pueden revelarse sin profanarlos. Me preguntas por qué lloro, pero yo no quisiera derramar esas pobres lagrimitas sino torrentes de ellas. ¿No meditas en este grandioso misterio?
Padre, ¿sufre Vd. durante la Misa la amargura de la hiel?
Sí, muy a menudo…
Padre, ¿cómo puede estarse de pie en el Altar?
Como estaba Jesús en la Cruz.
En el Altar, ¿está Vd. clavado en la Cruz como Jesús en el Calvario?
¿Y aún me lo preguntas?
¿Como se halla Vd.?
Como Jesús en el Calvario.
Padre, los verdugos acostaron la Cruz de Jesús para hundirle los clavos?
Evidentemente.
¿A Vd. también se los clavan?
¡Y de qué manera!
¿También acuestan la Cruz para Vd.?
Sí, pero no hay que tener miedo.
Padre, durante la Misa, ¿dice Vd. las siete palabras que Jesús dijo en la Cruz?
Sí, indignamente, pero también yo las digo.
Y ¿a quién le dice: «Mujer, he aquí a tu hijo»?
Se lo digo a Ella: He aquí a los hijos de Tu Hijo.
¿Sufre Vd. la sed y el abandono de Jesús?
Sí.
¿En qué momento?
Después de la Consagración.
¿Hasta qué momento?
Suele ser hasta la Comunión.
Vd. ha dicho que le avergüenza decir: «Busqué quien me consolase y no lo hallé». ¿Por qué?
Porque nuestro sufrimiento, de verdaderos culpables, no es nada en comparación del de Jesus.
¿Ante quién siente vergüenza?
Ante Dios y mi conciencia.
Los Angeles del Señor ¿lo reconfortan en el Altar en el que se inmola Vd.?
Pues… no lo siento.
Si el consuelo no llega hasta su alma durante el Santo Sacrificio y Vd. sufre, como Jesús, el abandono total, nuestra presencia no sirve de nada.
La utilidad es para vosotros. ¿Acaso fue inútil la presencia de la Virgen Dolorosa, de San Juan y de las piadosas mujeres a los pies de Jesús agonizante?
¿Qué es la sagrada Comunión?
Es toda una misericordia interior y exterior, todo un abrazo. Pídele a Jesús que se deje sentir sensiblemente.
Cuando viene Jesús, ¿visita solamente el alma?
El ser entero.
¿Qué hace Jesús en la Comunión?
Se deleita en su creatura.
Cuando se une a Jesús en la Santa Comunión, ¿que quiere que le pidamos al Señor por Vd.?
Que sea otro Jesús, todo Jesús y siempre Jesús.
¿Sufre Vd. también en la Comunión?
Es el punto culminante.
Después de la Comunión, ¿continúan sus sufrimientos?
Sí, pero son sufrimientos de amor.
¿A quién se dirigió la última mirada de Jesús agonizante?
A su Madre.
Y Vd., ¿a quién mira?
A mis hermanos de exilio.
¿Muere Vd. en la Santa Misa?
Místicamente, en la Sagrada Comunión.
¿Es por exceso de amor o de dolor?
Por ambas cosas, pero más por amor.
Si Vd. muere en la Comunión ¿ya no está en el Altar? ¿Por qué?
Jesús muerto, seguía estando en el Calvario.
Padre, Vd. a dicho que la víctima muere en la Comunión. ¿Lo ponen a Vd. en los brazos de Nuestra Señora?
En los de San Francisco.
Padre, ¿Jesús desclava los brazos de la Cruz para descansar en Vd.?
¡Soy yo quien descansa en El!
¿Cuánto ama a Jesús?
Mi deseo es infinito, pero la verdad es que, por desgracia, tengo que decir que nada, y me da mucha pena.
Padre, ¿por qué llora Vd. al pronunciar la última frase del Evangelio de San Juan: «Y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»?
¿Te parece poco? Si los Apóstoles, con sus ojos de carne, han visto esa gloria, ¿cómo será la que veremos en el Hijo de Dios, en Jesús, cuando se manifieste en el Cielo?
¿Qué unión tendremos entonces con Jesús?
La Eucaristía nos da una idea.
¿Asiste la Santísima Virgen a su Misa?
¿Crees que la Mamá no se interesa por su hijo?
¿Y los ángeles?
En multitudes.
¿Qué hacen?
Adoran y aman.
Padre, ¿quién está más cerca de su Altar?
Todo el Paraíso.
¿Le gustaría decir más de una Misa cada día?
Si yo pudiese, no querría bajar nunca del Altar.
Me ha dicho que Vd. trae consigo su propio Altar…
Sí, porque se realizan estas palabras del Apóstol: «Llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús» (Gal. 6, 17), «estoy crucificado con Cristo» (Gal. 2, 19) y «castigo mi cuerpo y lo esclavizo» (I Cor. 9, 27).
¡En ese caso, no me equivoco cuando digo que estoy viendo a Jesús Crucificado!
(No contesta).
Padre, ¿se acuerda Vd. de mí durante la Santa Misa?
Durante toda la Misa, desde el principio al fin, me acuerdo de tí.
La Misa del Padre Pío en sus primeros años duraba más de dos horas. Siempre fue un éxtasis de amor y de dolor. Su rostro se veía enteramente concentrado en Dios y lleno de lágrimas. Un día, al confesarme, le pregunté sobre este gran misterio:
Padre, quiero hacerle una pregunta.
Dime, hijo.
Padre, quisiera preguntarle qué es la Misa.
¿Por qué me preguntas eso?
Para oírla mejor, Padre.
Hijo, te puedo decir lo que es mi Misa.
Pues eso es lo que quiero saber, Padre.
Hijo mío, estamos siempre en la cruz y la Misa es una continua agonía.
***
El padre capuchino Pío de Pietrelcina, era un enamorado de Cristo en la eucaristía. Los cincuenta y ocho años de su vida sacerdotal fueron empleados muy específicamente en colaborar con Cristo Salvador, mediante la Misa y el sacramento de la Penitencia, en la redención de la humanidad pecadora. Ésa fue su misión.
En una oración solemne de la Iglesia se dice que «cada vez que renovamos la celebración de este Sacrificio, realizamos la obra de nuestra Salvación».
Y Pablo VI, en el Credo del Pueblo de Dios (1968), afirma solemnemente la fe de la Iglesia: «Nosotros creemos que la Misa, que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares». Pues bien, esta misteriosa realidad era vivida por el padre Pío con una veracidad conmovedora al celebrar la sagrada Eucaristía.
Del Padre Pío:
«Todo lo que Jesús ha sufrido en su Pasión –decía– yo lo sufro también, en cuanto ello es posible en una criatura humana».
El embajador de Francia, Wladimir d’Ormesson, que por los años cincuenta asistió con su esposa a una Misa del padre Pío, la describe realmente impresionado:
«A las 6 horas el padre Pío entra en la capilla, la cabeza cubierta de su capucha de capuchino. Le ayudan dos monaguillos, y se abre camino con dificultad. Como un murmullo creciente se va alzando de entre los asistentes, él se vuelve para imponer silencio, sube las gradas del altar, y descubre su cabeza.
«Jamás en mi vida he asistido a una Misa tan impresionante. Y tan simple. El padre Pío no cumplía sino los ritos tradicionales. Pero recitaba los textos litúrgicos con tal nitidez y convicción, ponía en las invocaciones tal intensidad, y sus gestos, con ser sobrios, tenían tal grandeza que la Misa venía a ser –lo que es en realidad, y lo que hemos olvidado demasiado– un acto absolutamente sobrenatural. Elevada la hostia, alzado el cáliz, el padre Pío se inmovilizaba en la contemplación… Diez, doce minutos… En medio del gentío, sólo se oía el murmullo de su oración. Verdaderamente era el intermediario entre los hombres y Dios.
«Mi mujer, que estaba un poco de lado, en el momento de la consagración veía claramente salir sangre de las palmas de sus manos…
La estigmatización permanente del padre Pío duró exactamente cincuenta años: de 1918 a 1968. Tres días después de su muerte, desaparecieron de él completamente los estigmas.
«Después de la bendición final sobre el pueblo asistente, se me ocurrió mirar mi reloj, y vi que había durado la Misa exactamente una hora y cincuenta minutos» (Yves Chirac, Padre Pio, Perrin, París 1989, 207-209).
«A uno que un día le preguntaba cuál era su misión en la tierra [el padre Pío] le contestó con una sola frase: “Yo soy un confesor”.
«Y la verdad era que el padre Pío pasaba en el confesonario un número incalculable de horas. Los días de fiesta o de mayor asistencia, una vez celebrada la Misa, podía pasar el día entero escuchando confesiones. Una de las gracias que Dios le hacía, y que impresionaba muchas veces a sus penitentes, era que leía en las almas que se le acercaban a pedir el perdón de sus pecados. A alguno que no se había confesado hacía mucho tiempo, él le recordaba discretamente sus pecados pasados con absoluta precisión.
«Alguna vez llegó a negar la absolución al penitente que no manifestaba en absoluto arrepentimiento ni un propósito firme de corregirse. Esta severidad en la confesión estaba medida por el precio que él mismo pagaba, en sufrimientos, por las almas que quería librar de sus culpas.
«–Oh, las almas, las almas… –decía–. Si se supieran el precio que cuestan.
«Después de confesiones especialmente difíciles, más de una vez se le veía llorar. Le preguntaron una vez:
«–¿Por qué llora, padre Pío?
«–Un santo dijo que si viéramos el horror del pecado, nos moriríamos del horror. Pero nosotros, miserables, acostumbrados al pecado, no lo sentimos gran cosa ni nos molesta demasiado…
«El padre Pío llora sobre el pecador que prefiere su pecado a su alma preciosa. Llora sobre la Sangre de Dios, que corre en vano para tantos desgraciados. Llora sobre la creación profanada y sobre los fracasos de la gracia. Llora, en fin, porque Cristo ha llorado».
«Algunas confesiones eran para él un verdadero combate. Se trataba de ir a buscar al pecador, que a veces estaba muy lejos [del arrepentimiento], para traerlo a Dios. Decía él muchas veces que la confesión es un encuentro con el mismo Dios. Dios, que es al mismo tiempo nuestro Señor, nuestro Juez y nuestro Salvador. En el confesonario, el sacerdote ocupa el lugar de Dios… Uno le decía:
«–Padre, he pecado muchísimo, yo no tengo ya esperanza de salvación…
«–Hijo mío, Dios persigue sin descanso las almas más obstinadas. Tú Le has costado demasiado como para que te abandone.
«Y otro:
«–Padre, yo no creo ya en Dios.
«–Pero Dios, hijo mío, cree en ti».
(Yves Chirac, Padre Pio, Perrin, París 1989, 203-205).