Isabel la Católica
Al servicio de la fe
Nació el 22 de abril de 1451, en el Madrigal de la Altas Torres, hija del rey Juan II de Castilla e Isabel de Portugal. Esta niña, que pasaría a la Historia como Isabel la Católica, pasó su infancia en Arévalo, distanciada de las vanidades de la Corte y cerca de su madre, de quien aprendió a orar y la importancia de llevar una vida virtuosa. Fue en estos primeros años cuando se forjó el carácter de la futura reina de Castilla, conocida por sus virtudes, su integridad moral, su sentido de la justicia y su defensa inquebrantable de la fe católica.
En su libro Isabel la Católica. Por qué es santa, José María Zavala se asoma al alma de la célebre reina, guiado por la documentación recogida en el proceso de beatificación y examinada por el postulador Anastasio Gutiérrez. A la luz de esta investigación, presenta la apasionante historia de Isabel I de Castilla y desmonta la leyenda negra creada en torno a su figura, abordando sin tapujos temas como la expulsión de los judíos, la reconquista de Granada o el Descubrimiento de América.
Quien se adentre en la lectura de esta obra descubrirá a una reina prudente y justa que se guiaba por la voluntad de cumplir su deber y proteger a su pueblo; a una mujer que amaba profundamente a su esposo; a una madre que padeció terriblemente a causa de la irreparable pérdida y el sufrimiento de sus hijos; y a una hija de la Iglesia que defendió la fe católica hasta su último aliento.
Fuerte, inteligente, piadosa, amante de los libros y la música, singularmente bella… Estas son algunas de las cualidades que señala José María Zavala en su semblanza de una de las mujeres más fascinantes de la Historia. “En hermosura, puestas delante de Su Alteza todas las mujeres que yo he visto, ninguna tan graciosa ni tanto de ver como su persona, ni de tal manera y santidad honestísima”, llegaría a decir de ella el historiador de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo.
En octubre de 1469, Isabel contrajo matrimonio con Fernando de Aragón, al que siempre amó incondicionalmente. Fruto de este matrimonio fueron sus cinco hijos: Isabel, Juan, Juana, María y Catalina. La Reina siempre se preocupó de su educación y de su formación religiosa y quiso inculcarles las mismas virtudes que ella procuraba cultivar. Así, en su testamento, les encarga que obedezcan a Dios antes que a nadie y que “tengan mucho cuidado de las cosas de la honra de Dios”, procurando proteger siempre la fe católica y ser obedientes a los mandamientos de la Santa Madre Iglesia.
Pero la semblanza de Isabel estaría incompleta sin hablar de las pruebas que atravesó a lo largo de su vida y en las que demostró una fortaleza de espíritu heroica y una profunda confianza en Dios. Desde la muerte de su hermano o el sufrimiento de su madre en Arévalo, hasta la angustia por el atentado contra su esposo Fernando o la muerte prematura de su heredero, el príncipe Juan, y de su primogénita Isabel, y las tribulaciones de su hija Juana. En todos estos padecimientos, conservó la fortaleza necesaria para seguir ejerciendo sus obligaciones como soberana, sin descuidar su deber.
El 13 de diciembre de 1474, la nueva soberana juraba en Segovia obedecer y defender a la Santa Iglesia, buscar el bien común de su reino y dirigir a sus súbditos con justicia. Durante los años en los que ocupó el trono, Isabel tuvo que enfrentarse a decisiones difíciles, algunas de las cuales han sido distorsionadas hasta el punto de crear una leyenda negra en torno a su reinado.
De la mano del postulador Anastasio Gutiérrez, José María Zavala analiza algunas de las cuestiones más discutidas del reinado de Isabel la Católica, como la reconquista de Granada o el Descubrimiento de América.
Sobre la reconquista de Granada, el autor subraya que Isabel y Fernando no hicieron sino coronar una empresa que comenzó en el año 718 en Covadonga. Una empresa que tenía como principal objetivo la defensa de la fe católica y no la codicia o el mero deseo de conquista. Así lo explicaron los Reyes Católicos al Papa Sixto IV al afirmar que su intención era librar a la Cristiandad “de un tan continuo peligro como tiene aquí a las puertas”.
Asimismo, Zavala señala la evangelización como principal motor del respaldo de la reina Isabel al Descubrimiento de América. Caracterizada por su celo por la salvación de las almas, en las primeras reuniones que mantuvo con Cristóbal Colón quedó impresionada ante las posibilidades que el proyecto ofrecía a la extensión de la fe católica. Así lo recalca Colón en uno de sus escritos: “Y digo que Vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni faga pie ningún extranjero, salvo católicos cristianos, puesto fue el fin y el comienzo del propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión cristiana; ni venir a estas partes ninguno que no sea buen cristiano”. En su testamento, Isabel encomienda a sus sucesores la evangelización de las Indias, siendo este “su principal fin”, y les pide que no consientan que los indios “reciban agravia alguno en sus personas ni bienes”.
Ya con diecisiete años, su libro de cabecera era El jardín de nobles doncellas, una obra que recogía los principios morales y normas de vida cristiana que guiaron su conducta desde los inicios de su reinado. Asimismo, se preocupó siempre de dejar el cuidado de su alma en buenas manos, buscando confesores de probada virtud. Así lo demuestra una anécdota recogida por José María Zavala sobre el primer encuentro de la Reina con el que sería durante muchos años su confesor, fray Hernando de Talavera:
“La primera vez que confesó a la Reina sucedió algo extraordinario. Acostumbrada ella a hincarse de rodillas junto con el confesor, arrimados ambos a un sitial, llegó fray Hernando y tomó asiento para oírla en confesión. Entonces la regia penitente le espetó:
–Entrambos hemos de estar de rodillas.
A lo que el sacerdote replicó:
–No, Señora, sino yo he de estar sentado, y vuestra Alteza de rodillas, porque es el Tribunal de Dios y hago aquí sus veces.
La Reina calló, y sólo más tarde sentenció:
–Este es el confesor que yo buscaba.”
Las virtudes que vivió en grado heroico Isabel de Castilla estaban alimentadas por la oración y la continua presencia de Dios. Entre los testimonios de esta faceta de la Reina se encuentra el del encargado de la Capilla Real y maestro de la Escuela de Mozos de Capilla, que escribió: “Reina absorbida por múltiples y graves asuntos de gobierno, pero religiosísima, como un sacerdote entregado al culto de Dios, de la Virgen, de los santos, rezando las horas canónicas como los sacerdotes y otras muchas oraciones y devociones particulares, como devotísima y cristiana que era; dada a las cosas divinas mucho más que a las humanas”.
Entre los testimonios que hablan de la santidad de Isabel I de Castilla, cabe destacar el del postulador de la causa de beatificación, Anastasio Gutiérrez, que dedicó estas palabras a la Reina Católica:
“Si la caridad con el prójimo es la piedra de toque de la santidad y será la materia del juicio final, habrá que decir que esta mujer era una santa de cuerpo entero y que el mundo tiene con ella una deuda consolidada de cinco siglos”.