La santidad no está en los actos externos
San Rafael Arnaiz. El valor sobrenatural de nuestras acciones depende, por tanto, de la intención con que las ejecutamos.
“La intención puede modificar radicalmente la naturaleza de un acto”,2 nos explica la doctrina católica. Así, a continuación de la frase citadaal principio, añade el santo trapense: “La santidad no está en hacer actos externos, sino en la intención interna de un acto cualquiera”.3
Actos considerados neutros y corrientes a los ojos humanos, se revisten de un inmenso valor si son encaminados a la gloria del Altísimo. Por ese motivo, afirma San Rafael: “No hace falta para ser grandes santos, grandes cosas, basta el hacer grandes las cosas pequeñas. […] Dios me puede hacer tan santo pelando patatas, que gobernando un imperio”.4
A veces creemos que el mérito de una acción presenta una proporción directa con la dificultad que tenemos al realizarla o con el tamaño del sacrificio al que aquella nos obliga, pero se equivoca el que piensa así. El sufrimiento, en sí mismo, no es el termómetro de la santidad.
Una persona podrá padecer un terrible y doloroso cáncer, y verse obligada a quedarse días o meses en
un hospital, abandonada por aquellos que le son más queridos; pero si no soporta esos tormentos por amor a Dios, no le aprovecharán de nada.
Peor aún, si llega a rebelarse ante dicha situación, esos sufrimientos serán motivo de condenación.
Dios acepta nuestras flaquezas como si fueran virtudes
El valor sobrenatural de nuestras acciones depende, por tanto, de la intención con que las ejecutamos.
El Creador penetra en el interior de cada alma y nada se le puede escapar, porque “el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón” (1 Sam 16, 7). Se regocija cuando nota que una de sus criaturas emplea los pequeños disgustos de la vida para alcanzar, por medio de ellos, la bienaventuranza.
“A Dios le basta cualquier cosa ofrecida con el corazón entero”.5
Acepta con agrado incluso su propia nada. Por eso proclama San Rafael: “Ofrecí al Señor mi pobreza absoluta de todo, mi alma vacía… Procuré cantarle… la canción del que sólo miserias puede ofrecer a Dios. Pero no importa, pues las miserias y flaquezas ofrecidas a Jesús por un corazón de veras enamorado, son aceptadas por Él como si fueran virtudes”.6
¡Cuántas ocasiones no nos son ofrecidas de esta manera para conquistar el Cielo!
Se nos pide muy poco para ganar el Cielo
Cierto día se encontraba San Rafael trabajando en la cocina cuando, repentinamente, una luz penetró en
su alma impulsándole a exclamar: “¿Que qué estoy haciendo? ¡Virgen Santa!, ¡qué pregunta! Pelar nabos…,¡pelar nabos!… ¿Para qué?… Y el corazón dando un brinco contesta medio alocado: pelo nabos por amor… por amor a Jesucristo”.7
Entonces le vino una paz muy grande en lo más hondo de su alma, acompañada de esta idea: “El sólo
pensar que en el mundo se pueden hacer de las más pequeñas acciones de la vida, actos de amor de Dios…, que el cerrar o abrir un ojo hecho en su nombre, nos puede hacer ganar el Cielo… Que el pelar unos nabos por verdadero amor a Dios, le puede a Él dar tanta gloria y a nosotros tantos méritos, como la conquista de las Indias; […] es algo que llena de tal modo el alma de alegría”.8
Y concluye: “En realidad para ganar el Cielo se nos pide muy poco”,9 pues, como afirma Santa Teresa del
Niño Jesús, Dios “mira más la intención que la magnitud de la acción”.10
Pequeños actos acompañados de grandes intenciones
Pocos son los que tienen por misión conquistar imperios para el Reino de Dios, raras son las vocaciones destinadas a guiar países o pueblos. Pero no pensemos que por no ser llamados a ello estamos impedidos de alcanzar un elevado lugar en el Cielo, muy cerca del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María.
“Nada somos y nada valemos; tan pronto nos ahogamos en la tentación, como volamos consolados
al más pequeño toque del amor divino”,11 observa San Rafael.
Ofrezcamos al Señor, por las manos de la Santísima Virgen, todos nuestros actos, por más pequeños que sean, acompañándolos de excelentes y grandes intenciones. Se asemejarán al óbolo de la viuda mencionada en las Escrituras (cf. Mc 12, 41- 44). Habiendo echado únicamente dos monedillas en el tesoro del Templo mereció ser elogiada por el propio Dios y recibida en el Paraíso. Había dado todo lo que poseía, ¡por amor!
1 SAN RAFAEL ARNAIZ BARÓN. Escritos, n.º 1170.
In: Obras Completas. 6.ª ed. Burgos: Monte Carmelo, 2011, p. 954.
2 BOULENGER, A. Doutrina católica. Manual de instrução religiosa. Moral. Rio de Janeiro: Francisco Alves, 1980, v. II, p. 16.
3 SAN RAFAEL ARNAIZ BARÓN, op. cit., p. 954.
4 Ídem, n.º 790, p. 712.
5 SAN RAFAEL ARNAIZ BARÓN. Escritos por temas.
2.ª ed. Burgos: Monte Carmelo, 2000, p. 553.
6 Ídem, ibídem.
7 SAN RAFAEL ARNAIZ BARÓN, Escritos, op. cit.,
n.º 787, p. 710.
8 Ídem, pp. 710-711.
9 Ídem, n.º 789, p. 711.
10 SANTA TERESA DE LISIEUX. Manuscrits autobiographiques. Manuscrit C, 28v.
In: Archives du Carmel de Lisieux. OEuvres de Thérèse: www.archives-carmel-lisieux. fr.
11 SAN RAFAEL ARNAIZ BARÓN, Escritos, op. cit., n.º 788, p. 711.