
El Escapulario, Prat y Grau
Dos nobles caballeros, enfrentados en la Guerra del Pacífico, pero unidos por una Fe y una antigua amistad. Una devoción Mariana en común, testimoniada por el Escapulario y sus gestos patriotas y compasivos.
Las «…inestimables prendas que se encontraron en su poder…»
Prat entiende conscientemente lo que es el sacrificio, algo impactante, pues deja en evidencia el patriotismo y el cariño por su tierra. En las guerras siempre hay intereses distintos, y de todo tipo: económicos, políticos, territoriales, etc., pero Prat no pelea por eso, sino por defender a su patria. Además, él tiene claridad de estar en una misión en la vida, y que tiene el deber de cumplirla. Esta gesta que no tiene nada de suicida, muestra que detrás de sus actos hay una fe muy grande; una conciencia de que un gesto en vida puede trascender en el tiempo.
Arturo Prat fue capaz de dar la vida para obedecer a sus llamados internos, llamados que en su caso provenían de su unión con Dios. Y aunque el efecto de esto en su comportamiento y pensamiento le generó muchos anticuerpos con superiores de la Armada, él persevera. Esto le cuesta caro, porque no fue comprendido en su época, pero hoy lo vemos como un modelo de héroe patrio.
Grau dejó en claro su respeto por Arturo Prat, quien pereció al abordar el Huáscar tras recibir una bala en una de sus rodillas y luego un certero golpe de un marinero. El comandante peruano intentó salvar a Prat, pero ya era tarde, según reconocería en una carta a su cuñada.
“El valiente Comandante de la Esmeralda murió como un Héroe en la cubierta de este buque, en momentos en que emprendió un abordaje temerario. Yo hice un esfuerzo supremo por salvarlo, pero desgraciadamente, fue ya tarde. Su muerte me amargó la pequeña victoria que había obtenido y pase un día muy afligido”, escribió Grau.
Luego del hundimiento de la Esmeralda, Grau mandó a recoger a todos los náufragos de la Esmeralda, que agradecieron el gesto según registró uno de los corresponsales del diario El Comercio que iban a bordo del monitor peruano.
Este hecho le hizo valer al capitán Miguel Grau el apodo de “El Caballero de Los Mares”, quien además instruyó que todos los objetos personales de Prat fueran enviados a su viuda Carmela Carvajal, a quien le envió una carta alabando la valentía de su par chileno:
Monitor “Huáscar”, Pisagua, Junio 2 de 1879
Dignísima señora:
Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a usted y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy, justamente, debe dominarla. En el combate naval del 21 próximo pasado, que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el Capitán de Fragata don Arturo Prat, Comandante de la “Esmeralda”, fue, como usted no lo ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su Patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso deber de enviarle las, para usted, inestimables prendas que se encontraron en su poder y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su gran desgracia, y para eso me he anticipado a remitírselas.
Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respetos con que me suscribo de usted, señora, muy afectísimo seguro servidor.
Miguel Grau Seminario
El Arzobispo de Piura (Perú), Monseñor José Egurén escribe: «Miguel Grau ha dejado un ejemplo de vida limpia, de fidelidad al deber, de dignidad profesional y de coraje humano.
Cuando entre abril y octubre de 1879, conduce el rumbo de la guerra, respeta a la población civil y elogia las virtudes del jefe adversario muerto en Iquique. Se esfuerza por salvar a los náufragos de la Esmeralda, y con clara conciencia de una muerte cercana, no pierde la serenidad”.
Cuando se recoge el cadáver de Arturo Prat en la cubierta del Huáscar, y posteriormente es entregado en el muelle de Iquique a petición del ciudadano español don Eduardo Llanos, para ser sepultado cristianamente, entre sus restos mortales figuraban dos símbolos religiosos de extraordinaria importancia para él: el escapulario de la Virgen del Carmen y la Medalla Milagrosa, santuario ubicado en París, Francia.