El niño en el vientre senil saluda al Hijo de María

El niño en el vientre senil saluda al Hijo de María

17 de diciembre de 2021 Desactivado Por Regnumdei

En la Anunciación el arcángel Gabriel le había hablado a María del embarazo de Isabel (cfr Lc 1,36) como prueba de la potencia de Dios: la esterilidad, a pesar de la edad avanzada, se había transformado en fertilidad. 


Las dos embarazadas, encarnan en efecto la espera y el Esperado…

Benedicto XVI


«El Evangelio de hoy describe con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento, María al visitar a su pariente Isabel, ambas mujeres embarazadas encarnan la espera y el Esperado. Isabel representa a Israel en espera del Mesías y María lleva consigo el cumplimiento de tal espera para bien de toda la humanidad. La escena de la visitación expresa la belleza de la acogida: una acogida recíproca de escucha, de dar espacio al otro, allí está Dios. Imitemos a María en el tiempo de Navidad, dijo el Papa, visitando a cuantos viven en sufrimiento. E imitemos a Isabel que recibe al huésped como Dios mismo. Sin desearlo, no conoceremos nunca al Señor, sin esperarlo no lo recibiremos, sin buscarlo no lo encontraremos.»

Queridos hermanos y hermanas:

En este IV domingo de Adviento, que precede por poco a la Navidad del Señor, el Evangelio narra la visita de María a la pariente Isabel. Este episodio no representa solamente un gesto de cortesía, sino que describe con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, las dos embarazadas, encarnan en efecto la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras la joven María lleva consigo el cumplimiento de tal espera, para bien toda la humanidad. En las dos mujeres se encuentran y reconocen antes que nada los frutos de sus vientres, Juan y Cristo. Comenta el poeta cristiano Prudencio: “El niño contenido en vientre senil saluda, a través de la boca de su madre, al Señor hijo de la Virgen” (Apotheosis, 590: PL 59, 970). La Exultación de Juan en el vientre de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios esta apunto de visitar a su pueblo. En la Anunciación el arcángel Gabriel le había hablado a María del embarazo de Isabel (cfr Lc 1,36) como prueba de la potencia de Dios: la esterilidad, a pesar de la edad avanzada, se había transformado en fertilidad.

Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? La expresión “bendita eres entre las mujeres” se refiere en el Antiguo testamento a Yael (Jueces 5,24) y a Judit (Judit 13,1), dos mujeres guerreras que lucharon por salvar a Israel. Ahora en cambio se ha dirigido a María, jovencita pacífica que está por generar al Salvador del mundo. Así también la alegría de Juan (cfr Lc 1,44) recuerda la danza que el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén (cfr 1 Cr 15,29). El Arca que contenía las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Arón (cfr Heb. 9,4), era el signo de la presencia de Dios en medio a su pueblo. El recién nacido Juan exulta de alegría ante María, Arca de la nueva Alianza, que lleva en su vientre a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.

La escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, dar espacio al otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él. Imitemos a María en el tiempo de Navidad, visitando a cuantos viven en dificultad, en particular los enfermos, los encarcelados, los ancianos y los niños. E imitemos también a Isabel que recibe al huésped como Dios mismo: sin desearlo, no lo conoceremos nunca al señor, sin esperarlo no lo hallaremos, sin buscarlo no lo encontraremos. Con la misma alegría de María que va apurada donde Isabel (cfr Lc 1,39), también nosotros vamos al encuentro del Señor que viene. Oremos para que todos los hombres busquen a Dios, descubriendo que es Dios mismo quien primero nos viene a visitar. A María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza, confiamos nuestro corazón, para que lo haga digno de acoger la visita de Dios en el misterio de su Navidad.