«¿No es acaso el hijo del carpintero?»
San Bernardo: Dios le confió el secreto más grande
«Y no sólo verlo y oírlo, sino que llevarlo en sus brazos, conducirlo de la mano, estrecharlo sobre su corazón, abrazarlo, alimentarlo y protegerlo…»
Hermanos, recordemos al patriarca José…, de quien José, el esposo de María, no heredó solamente el nombre, sino la castidad, la inocencia y la gracia… El primero que recibió del cielo la explicación de los sueños (Gn 40; 41); El segundo que tuvo no sólo el conocimiento de los secretos del cielo sino el honor de poder participar en ellos. El primero, proveyó la necesidad de todo un pueblo, abasteciéndoles de trigo en abundancia (Gn 41,55); el segundo ha sido establecido guardián del pan vivo que debe dar la vida por el mundo entero. (Jn 6,51).
No hay duda de que José, que ha sido desposado con la madre del Salvador, fuera un hombre bueno y fiel, o más bien un “servidor seguro y solícito” (Mt 25,21) al que el Señor estableció al cuidado de su familia para ser el consuelo de su madre, el padre nutricio de su humanidad, el cooperador fiel en su designio sobre el mundo. De la casa de David…, descendiente de estirpe real y noble por su nacimiento, pero más noble todavía por su corazón. Sí, él fue verdaderamente hijo de David, no sólo por la sangre, sino por su fe, por su santidad, por su fidelidad al servicio de Dios.
En José, el Señor encontró, como en David, “un hombre según su corazón” (1S 13,14), a quien pudo confiar con toda seguridad, el secreto más grande de su corazón. Le reveló “los secretos más profundos de su Sabiduría” (Sal. 50,8), le reveló maravillas que ningún príncipe de este mundo ha conocido; por fin, le otorgó ver “lo que tantos reyes y profetas desearon ver y no vieron”, y oír lo que muchos desearon “oír y no oyeron” (Lc 10,24). Y no sólo verlo y oírlo, sino que llevarlo en sus brazos, conducirlo de la mano, estrecharlo sobre su corazón, abrazarlo, alimentarlo y protegerlo.