SAN JUAN DE AVILA: DOMINAR LA CARNE

SAN JUAN DE AVILA: DOMINAR LA CARNE

17 de junio de 2020 Desactivado Por Regnumdei
Muy mal se guarda la humildad entre honras, y templanza entre abundancia, y castidad entre los regalos.
La carne habla de regalos y deleites; unas veces claramente, y otras debajo de título de necesidad. Y la guerra de esta enemiga, allende de ser muy enojosa, es más peligrosa, porque combate con deleites, que son armas más fuertes que otras. Lo cual parece en que muchos han sido del deleite vencidos, que no lo fueron por dineros, ni honras, ni recios tormentos. Y no es maravilla, pues es su guerra tan escondida y tan a traición, que es menester mucho aviso para se guardar de ella.
¿Quién creerá que debajo de blandos deleites viene escondida la muerte, y muerte eterna, siendo la muerte lo más amargo que hay, y los deleites el mismo sabor? Copa de oro y ponzoña de dentro es el falso deleite, con el cual son embriagados los hombres que no miran sino a la apariencia de fuera. Traición es de Joab, que, abrazando a Amasás, lo mató (cf. 2 Sam 20,9-10); y de Judas, que, con falsa paz, entregó a la muerte a su bendito Maestro (cf. Le 22,47). Y así es que, en bebiendo del deleite del pecado mortal, muere Cristo en el ánima; y él muerto, el ánima muere; porque la vida de ella viene de él. Y así dice san Pablo: Si según la carne viviéredes, moriréis (Rom 8,13). Y en otra parte: La viuda que en deleites está, vivienda está muerta (1 Tim 5,6): viva en la vida del cuerpo, y muerta en la del ánima. Y cuanto la carne es a nos más conjunta, tanto más nos conviene temerla; pues el Señor dice que los enemigos del hombre son los de su casa (Mt 10,36), y ésta no sólo es de casa, mas de dos paredes que tiene nuestra casa, ella es la una.

Y por esta y otras causas que hay, dijo san Augustín que «la pelea de la carne era continua, y la victoria dificultosa»; y quien quisiere salir vencedor, de muchas y muy fuertes armas le conviene ir armado. Porque la preciosa joya de la castidad no se da a todos, mas a los que con muchos sudores de importunas oraciones y de santos trabajos la alcanzan de nuestro Señor. El cual quiso ser  envuelto en sábana limpia de lienzo, que pasa por muchas asperezas, para venir a ser blanco, para dar a entender que el varón que desea alcanzar o conservar el bien de la castidad, y aposentar a Cristo en sí, como en otro sepulcro, conviénele con mucha costa y trabajos ganar esta limpieza; la cual es tan rica que, por mucho que cueste, siempre se compra barato.
Y así como se piden otros trabajos más ásperos de penitencia y satisfacción al que mucho ha ofendido a nuestro Señor que a quien menos, así, aunque a todos los que en esta carne viven convenga temerla, y guardarse de ella, y enfrenalla, y regirla con prudente templanza, mas los que particularmente son de ella guerreados, particulares remedios y trabajos han menester. Por tanto, quien esta necesidad sintiere en sí mismo, debe primeramente tratar con aspereza su carne, con apocarle la comida y el sueño, con dureza de cama, y de cilicios, y otros convenientes medios con que la trabaje. Porque, según san Jerónimo dice, «con el ayuno se sanan las pestilencias de la carne»; y san Hilarión, que decía a su propria carne: «Yo te domaré y haré que no tires coces, sino que, de hambrienta y trabajada, pienses antes en comer que en retozar». Y san Jerónimo aconseja a Eustoquio, virgen, que, aunque ha sido criada con delicados manjares, tenga gran cuenta con la abstinencia y trabajos del cuerpo, afirmándole que sin esta medicina no podrá poseer la castidad. Y si de aqueste tratamiento se sigue flaqueza a la carne, o daño a la salud, responde el mismo san Jerónimo en otra parte: «Más vale que duela el estómago que no el alma; y mejor es que mandes al cuerpo que no que le sirvas; y que tiemblen las piernas de flaqueza que no que vacile la castidad». Verdad es que en otra parte dice que no sean los ayunos tan excesivos, que debiliten el estómago; y en otra parte reprehende a algunos que él conoció haber corrido peligro de perder el juicio por la mucha abstinencia y vigilias.
Para estas cosas no se puede dar una general regla que cuadre a todos; pues unos se hallan bien con unos medios y otros no; y lo que daña a uno en su salud, a otro no. Y una cosa es ser la guerra tan grande que pone al hombre a riesgo de perder la castidad, porque estonces a cualquier riesgo conviene poner el cuerpo por quedar con la vida del alma; y otra cosa es pelear con una mediana tentación, de la cual no se teme tanto peligro, ni ha menester tanto trabajo para la vencer. Y el tomar en estas cosas el medio que conviene está a cargo del que fuere guía prudente de la persona tentada; habiendo de parte de entrambos humilde oración al Señor, para que dé en ello su luz. Y pues san Pablo, vaso de escogimiento (cf. Hch 9,15), no se fía de su carne, mas dice que la castiga y la hace servir, porque predicando él a otros que sean buenos, no sea él hallado malo (1 Cor 9,27), cayendo en algún pecado, ¿cómo pensaremos nosotros que seremos castos sin castigar nuestro cuerpo, pues tenemos menos virtud que él, y mayores causas para temer?
Muy mal se guarda la humildad entre honras, y templanza entre abundancia, y castidad entre los regalos. Y si sería digno de escarnio quien quisiese apagar el fuego que arde en su casa y él mesmo le echase leña muy seca, muy más digno de escarnio es quien por una parte desea la castidad, y por otra hinche de manjares y de regalo su carne, y se da a la ociosidad; porque estas cosas no sólo no apagan el fuego encendido, mas bastan a encenderlo a quien muy apagado lo tuviere. Y pues el profeta Ezequiel da testimonio que la causa por que aquella desventurada ciudad de Sodoma llegó a la cumbre de tan abominable pecado, fue la hartura y abundancia de pan y ociosidad que tenía (Ez 16,49), ¿quién osará vivir en regalos ni ocio, ni aun verlos de lejos, pues los que fueron bastantes a hacer el mayor mal, con más facilidad harán los menores? Ame, pues, la templanza y mal tratamiento de su carne quien es amador de la castidad; porque, si lo uno quiere tener sin lo otro, no saldrá con ello, mas antes se quedará sin entrambas cosas. Que a los que Dios juntó, ni los debe el hombre querer apartar, ni puede, aunque quiera (cf. Mt 19,6).