Causa de la escacez de las vocaciones
La difusión de los grandes errores sobre la fe y la moral viene producida no sólamente por falsificaciones de ciertas verdades, sino casi tanto o quizá más por los silenciamientos de las mismas.
Un silencio largamente persistente sobre una verdad católica equivale muchas veces a una negación. «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34). No es posible que un cristiano sacerdote, catequista o educador crea en una verdad importante de la fe, y nada diga de ella en su ministerio durante años. La luz que no se pone en lo alto, para que alumbre a los de la casa, sino que se oculta en un cajón, viene a ser normalmente una luz apagada (+Mt 5,15).
Por otra parte, dada la íntima unidad que armoniza entre sí todas las verdades de la fe, no puede falsificarse o silenciarse-negarse una, sin que todas las otras se vean profundamente afectadas.
En el año 1984, el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación de la Fe, describe en su libro Informe sobre la fe (BAC pop., Madrid 1985), expresándose a título personal, el panorama sombrío que no pocas Iglesias de Occidente ofrecen con frecuencia. Y en los años siguientes a esa fecha no se han producido cambios decisivos en la situación.
Según Ratzinger, «gran parte de la teología» católica olvida que su trabajo es ante todo un servicio eclesial, y de ahí «se sigue un pluralismo teológico que en realidad es, con frecuencia, puro subjetivismo, individualismo que poco tiene que ver con las bases de la tradición común… con grave daño para el desconcertado pueblo de Dios… En esta visión subjetiva de la teología, el dogma es considerado con frecuencia como una jaula intolerable, un atentado a la libertad del investigador» (79-80).
«Después del Concilio se produce una situación teológica nueva: se forma la opinión de que la tradición teológica existente hasta entonces no resulta ya aceptable, y que, por tanto, es necesario buscar, a partir de la Escritura y de los signos de los tiempos, orientaciones teológicas y espirituales totalmente nuevas… La crítica de la tradición por parte de la exégesis moderna, especialmente de Rudolf Bultmann y de su escuela, se convierte en una instancia teológica inconmovible» .
Efectos en catequesis y misiones
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Efectos en las vocaciones
Una vez descrita en síntesis la situación doctrinal en publicaciones, Seminarios, catequesis, ¿se alcanza a comprender por qué los niños y adolescentes de ciertas Iglesias, así adoctrinados, no se animan a dejarlo todo, para seguir a Cristo en la vocación apostólica?…
Nótese que todo error generalizado en la predicación tiende a producir en el pueblo cristiano deformaciones mentales y de conciencia más o menos graves. En estas circunstancias, la gracia del Señor ha de realizar obras realmente extraordinarias para llevar a buen término una vocación apostólica: 1º, tiene que hacerse oir en la conciencia del llamado, sin que muchas veces se den los medios ordinarios para ello; y 2º, tiene que rehacer completamente en el candidato un mente y una vida gravemente malformadas. Estamos así, con todo esto, fuera de las vías ordinarias por las que el Señor suscita las vocaciones en sus Iglesias.
Veamos, pues, ahora sólamente algunos temas concretos de la fe, falseados o silenciados. Nos asomaremos únicamente a tres temas. Otros habría más importantes, sobre Cristo y la Iglesia, la gracia y la libertad humana, etc. Pero estos tres que he elegido pueden ser objeto de una exposición más simple y rápida. Y como ejemplos, son suficientes para mostrar la verdad que ha de ser afirmada: que la escasez de vocaciones es causada principalmente por el falseamiento o el olvido de importantes verdades de la fe católica.
1. El demonio
Concretamente, aquellos textos de espiritualidad cristiana, que sistemáticamente se permiten ignorar, negar o silenciar la raíz diabólica de la tentación y de todos los males del mundo, llevan en sí, aunque no lo pretendan, una no pequeña falsificación de la vida cristiana. Contradicen, por ejemplo, a San Pablo, para quien el combate cristiano tiene en el diablo un enemigo mayor aún que el que halla el hombre en su propio ser, pues «no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los espíritus malos» (Ef 6,12)
Con una parábola. Tras leer un libro muy amplio sobre Táctica y estrategia de la guerra, comprobamos, no sin sorpresa, que el autor no menciona en absoluto, o lo hace en un parrafito a pie de página, la aviación militar enemiga… Pero ¿no es ésta hoy, precisamente, la parte más poderosa y destructiva de un ejército? ¿Cómo es posible, pues, que no se trate de ella en un texto tan completo sobre estrategias bélicas? No caben sino tres explicaciones: 1, el autor no conoce la aviación de guerra; 2, niega su existencia; 3, la conoce, pero no se atreve a hablar de ella; no le parece oportuno. Transponiendo ya la parábola al campo teológico de la espiritualidad, habrá que pensar que aquel teólogo que escribe un libro de espiritualidad sin mencionar al demonio, es un ignorante, un hereje o un oportunista. Y en ninguno de los tres casos interesa leerle. Mejor dicho, interesa no leerle. Es un autor que, en un tema grave, se separa claramente de la Biblia y de la Tradición doctrinal y espiritual cristiana.
Vocaciones. ¿Qué falta hacen, en ese cuadro cristiano falseado, los sacerdotes, los ministros de una salvación por gracia? Pero vengamos todavía a otra pregunta: quienes durante decenios silencian o niegan al demonio en su ministerio, desfigurando así tan gravemente el Evangelio, ¿se dan cuenta de que esa actitud es causa, con otras, de la escasez de las vocaciones -y de tantos otros males-?… Quizá ellos piensen que presentan así un cristianismo «más positivo» o, incluso, «menos primitivo», «más aceptable al hombre moderno». Pero están en un grave error. El Evangelio más positivo y aceptable para el hombre moderno es el Evangelio verdadero que predicó nuestro Señor Jesucristo. Y ése es el único que puede suscitar vocaciones.
2. Salvación o condenación
-El infierno
El Catecismo observa que «Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga» (n. 1034). Es verdad. Jesucristo, con mucha frecuencia -en unos cincuenta momentos diversos de su Evangelio; es decir, casi siempre que enseña o exhorta-, da su mensaje señalando en forma explícita un posible final eterno de salvación o de condenación.
Pues bien, Jesucristo, «la epifanía del amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4), precisamente porque ama con toda su alma a los hombres pecadores, les dice: «yo os lo aseguro: si vosotros no os arrepentís, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3). «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo podréis escapar de la condenación del infierno?« (Mt 22,33). Sabedlo, creedlo: al fin de los tiempos, el Señor «dará a cada uno según sus obras» (16,27), y «cuantos hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida; los que hicieron el mal, para la resurrección de la condenación» (Jn 5,29).
Tampoco vale la hipótesis: «¿y si el infierno está vacío?». Ese supuesto es difícilmente conciliable con los anuncios proféticos de Cristo y con la tradición unánime de la Iglesia. Como recuerda el Catecismo, «Jesús anuncia en términos graves que «enviará a sus ángeles, que recogerán a todos los autores de iniquidad… y los arrojarán al horno ardiendo» (Mt 13,41-42), y que pronunciará la condenación: «¡alejáos de mí, malditos, al fuego eterno!» (25,41)» (n.1034). Por eso «la enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad» (n.1035).
Un padre del Concilio Vaticano II, solicitó que se declarase que hay condenados de hecho -es decir, que el infierno no es una mera hipótesis vacía-. Pero la Comisión Teológica le respondió que en el mismo texto conciliar (Lumen gentium 48d) ya se excluía esta interpretación meramente hipotética del infierno en las citas del Nuevo Testamento, aducidas en forma gramatical futura (saldrán, irán, etc.) (+C. Pozo, Teología del más allá, BAC 282, 19812, 555).
-El purgatorio
-El cielo
Vocaciones. Según lo hasta aquí expuesto, si el infierno es impensable, si el purgatorio no existe, y si el cielo es un destino seguro e igual para todos ¿quién se animará a dejar familia y trabajo, para ser sacerdote o religioso, dedicando la vida con Cristo para la salvación de los hombres? ¿Para qué, si están ya todos salvados?
Consideremos esto con un ejemplo. Veamos la acción de un sacerdote sobre una persona que está desesperada, al borde del suicidio, a causa de su situación económica. Precisemos, en primer lugar, que su desesperación suicida tiene por causa su falta de confianza en la Providencia divina, y como ocasión su posible ruina. Pues bien, supongamos que ese sacerdote le procura al desesperado una ayuda económica, y le devuelve la tranquilidad: con eso le ha hecho un bien-terreno-material, apreciable, pero muy limitado, pues la persona queda igual, con la misma desconfianza en Dios, e igualmente vulnerable a futuras desesperaciones. Supongamos que, además de ese bien material -o si no puede procurárselo, en vez de él-, el sacerdote, con la gracia de Dios, le comunica un bien-terreno-espiritual inmenso: le enseña a confiar siempre en la Providencia, también en las angustias económicas, de modo que esta persona pasa ya para siempre de las continuas preocupaciones o una confianza inalterable. Este bien espiritual, sin duda, es mucho mayor que el primero. Y aunque sus buenos efectos se ven ya en la vida presente, sus beneficios sin duda mayores son invisibles, pues se producen más allá de la muerte: la acción sacerdotal ha ayudado a ese desesperado a evitar el infierno -la desesperación suicida puede ser un pecado gravísimo-, a disminuir el purgatorio -pues la persona muere vestida del hábito limpio de la santa esperanza, no ensuciado por la desconfianza-, y a acrecentar su cielo.
Por el contrario, el ministerio sacerdotal, allí donde se ha suprimido infierno y purgatorio, y se ha asegurado a todos un cielo igual, queda reducido a una asistencia benéfica temporal, que viene a unirse en el mismo nivel -si no más abajo- a las demás profesiones seculares: médicos, asistentes sociales, psiquiatras, etc. ¿Cómo va a haber así vocaciones apostólicas? No las hay. Faltan casi en absoluto. ¿Cómo va a haberlas? En realidad, si se falsifica tan gravemente el Evangelio, no tienen éstas por que surgir.
3. La secularización
Señalo, sin embargo, aquí otra manera de la secularización que, en grados más o menos acusados, se da con frecuencia en las Iglesias más debilitadas; y es la secularización de la educación católica. En las Iglesias sin vocaciones los colegios católicos apenas dan educación católica. Y esto, a veces, no sólo de hecho, sino en principio.
Esta propuesta educativa nos lleva:
«En este contexto, la propuesta de educación integral debe dirigirse hacia la formación de personas autónomas que saben quiénes son y hacia dónde se orienta su existencia, capaces de darse un proyecto personal de vida valioso y de llevarlo libremente a la práctica».
Por lo demás, si unos creen que, en un mundo tan secularizado, es inevitable limitarse a una educación en valores éticos universales, ya que no es posible dar una educación católica -que ellos no dan-, y hay otros, en cambio, que, en ese mismo mundo secularizado, creen que es posible dar una educación católica -que ellos dan-, ¿a cuál de los dos testimonios convendrá que demos crédito?
Que le pregunten, por ejemplo, si es posible en el mundo de hoy la educación católica, en el sentido fuerte del término, a FASTA (Fraternidad de Agrupaciones de Santo Tomás de Aquino), asociación canónica privada de fieles, fundada en Argentina, en 1962, por el dominico Aníbal E. Fosbery, que tiene en Argentina, Uruguay, Chile, Perú, Estados Unidos y España, un buen número de colegios, escuelas de niños, institutos, residencias universitarias, casas de espiritualidad y centros de servicios educativos. Y a este ejemplo, gracias a Dios, podrían añadirse otros en muchas regiones de la Iglesia actual.
> Vocaciones. Para infundir en los hombres «la fe y la esperanza en Jesucristo», como única salvación de personas y pueblos, hay y habrá siempre vocaciones sacerdotales y religiosas. Pero para propugnar la solidaridad, la tolerancia, el diálogo y la paz, no las hay ni las habrá. Ni tiene por qué haberlas en la Iglesia de Dios. Para eso, nadie será capaz de «dejarlo todo y seguir a Cristo». Esto puede comprenderse teóricamente, pero basta la experiencia práctica para asegurarse de su verdad.
Y ya que estamos en ello, notaré de paso que, entre los distintos grupos de institutos religiosos, el brusco descenso de las vocaciones se ha producido de modo especial en las familias religiosas educativas, a pesar de ser ellas las que tienen un contacto más directo y frecuente con la juventud.
JOSE MARIA IRABURU Causas de la escasez de vocaciones