Merecéis ser muy amado

Merecéis ser muy amado

3 de octubre de 2019 Desactivado Por Regnumdei

En aquel día –dice el Profeta- habrá una fuente abierta para la casa de David y para los moradores de Jerusalén, en la cual se lave el pecador.” (Zac. 13, 1.) Jesús en el Santísimo Sacramento es esta fuente, que el profeta predijo, abierta para todos, y en la cual, siempre que lo quisiéremos, podemos lavar nuestras almas de todas las manchas de los pecados que cada día cometemos.

Cuando alguno incurre en una culpa, ¿qué remedio mejor hallará que acudir en seguida al Santísimo Sacramento? Sí, Jesús mío, así propongo hacerlo siempre, mayormente sabiendo que el agua de esta vuestra fuente, no sólo me lava, sino que también me da luz y fuerza para no recaer y para sufrir alegremente las contrariedades, y a la vez me inflama en vuestro amor.

Sé que con este fin me esperáis y que recompensáis con abundantes gracias las visitas de los que os aman. ¡Ah, Jesús mío!, purificadme de cuantas faltas hoy he cometido; arrepiéntome de ellas por haberos disgustado. Dadme fuerzas para no recaer, concediéndome grande anhelo de amaros mucho.

¡Oh, quién pudiera permanecer cerca de Vos, como lo hacía aquella fidelísima sierva vuestra, María Díaz, que vivió en tiempo de Santa Teresa, y obtuvo licencia del Obispo de Ávila para habitar en la tribuna de una iglesia, donde casi de continuo asistía ante el Santísimo Sacramento, a quien llamaba su vecino, sin apartarse de allí sino para ir a confesarse y comulgar.

El Venerable Fray Francisco del Niño Jesús, Carmelita Descalzo, al pasar por las iglesias donde estaba el Sacramento, no podía abstenerse de entrar a visitarle, diciendo no ser decente que un amigo pase por la puerta de su amigo sin entrar siquiera a saludarle y a decirle una palabra. Mas él, no se contentaba con una palabra, sino que permanecía ante su amado Señor todo el tiempo de que podía disponer.

¡Oh, único e infinito bien mío!, veo que instituisteis este Sacramento y que moráis en ese altar con el fin de que os ame; y para esto me habéis dado un corazón capaz de amaros mucho. Mas yo, ingrato, ¿por qué no os amo, o por qué os amo tan poco? No, no es justo que sea amada tibiamente bondad tan amable como sois Vos: a lo menos, el amor que me tenéis, merecería de mí muy otro amor.

Vos sois Dios infinito, y yo un gusanillo miserable. Poco fuera que por Vos muriese y me consumiera por Vos, que habéis muerto por mí, y que cada día por amor mío os sacrificáis enteramente en los altares.

Merecéis ser muy amado, y yo os quiero amar mucho: ayudadme, Jesús mío, ayudadme a amaros y a ejecutar lo que tanto os complace y tanto queréis que yo haga.

San Alfonso María de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento