La Infancia Espiritual según Benedicto XV

La Infancia Espiritual según Benedicto XV

13 de agosto de 2019 Desactivado Por Regnumdei

«Es reconocer su nada, esperarlo todo del buen Dios, como un niño pequeño lo espera todo de su padre, es no inquietarse de nada, no buscar fortuna».

 

 

Entre las dulces y luminosas enseñanzas del santo Evangelio, no hay ninguna tan suave y eficaz como la que nos manda que nos convirtamos y hagamos como niños. No sólo se trata de un consejo de perfección, sino de un medio de salvación, enseñado por el mismo Jesucristo, en el santo Evangelio, y repetido por Él en diferentes ocasiones.

«En aquella hora se acercaron los discípulos a Jesús, y le hicieron esta pregunta: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?» Y Jesús, llamando a un niño, lo colocó en medio de ellos. Y dijo: «En verdad os digo que, si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos. Cualquiera, pues, que se humillare como este niño, éste será el mayor en el reino de los cielos. Y el que acogiere un niño tal, en nombre mío, a mi me acoge.» (San Mateo, capítulo XVIII, v. 1-5.)

«En verdad os digo, que quien no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» (san Lucas, cap.XVIII, v. 17.)

«Dejad en paz a los niños, y no les estorbéis de venir a mí; porque de los que son como ellos es el reino de los cielos.» (San Mateo, cap. XIX, v. 14.)

Sobre estas enseñanzas del buen Jesús, hace los siguientes comentarios el Papa Benedicto XV, de feliz memoria:

«Conviene parar mientes en la fuerza de este lenguaje divino, pues no le basta al Hijo de Dios afirmar, con acento positivo, que el reino de los cielos es de los niños: de los tales es el reino de los cielos, o que aquel que se hiciere como un niño, será el mayor en el reino de los cielos; sino que enseña de una manera explícita la exclusión de su reino de aquellos que no se hacen semejantes a los niños. Cuando un maestro expone una lección en formas tan variadas, ¿no quiere acaso significar que tiene, en ello, puesto el corazón? Si se esfuerza tanto, en inculcarla a sus discípulos, ello es debido a que desea, mediante una u otra expresión, dárnosla a entender más seguramente. Debemos, pues, deducir que el divino Maestro intenta expresamente que sus discípulos vean, en la infancia espiritual, la condición necesaria para obtener la vida eterna.»

«Ante la insistencia y la firmeza de estas enseñanzas, parecería imposible encontrar un alma que descuidase todavía andar por el camino de la confianza y del abandono; tanto más, repetimos, cuanto que la divina palabra, no sólo por la generalidad de la forma, sino por una indicación especial, declara que esta norma de conducta es obligatoria, aun para aquellos que han perdido ya la ingenuidad infantil. Creen algunos que el camino de la confianza y del abandono está reservado únicamente para las almas candorosas, que todavía no han sido privadas de las gracias de la edad juvenil por la malicia. No conciben posible la infancia espiritual en aquellos que han perdido la primera simplicidad. Pero, ¿por ventura las palabras del divino Maestro: Si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no indican la necesidad de un cambio, de un trabajo? Si no os volvéis, he aquí señalado el cambio que han de realizar los discípulos de Jesucristo, para convertirse en niños. Y ¿quién ha de convertirse en niño, sino aquel que ya no lo es? Si no os hacéis semejantes a los niños, he aquí ahora señalado el trabajo: porque se comprende que un hombre haya de trabajar para ser o parecer lo que jamás ha sido o lo que ya no es; pero, como sea que el hombre no puede no haber sido niño, las palabras: Si no os hacéis como niños, importan la obligación de trabajar en la reconquista de los dones de la infancia. Seria ridículo pensar en volver a adquirir el aspecto y la debilidad de la edad infantil; pero no es contrario a la razón descubrir en el texto evangélico el precepto igualmente dirigido a los hombres de edad madura, de volver a la práctica de las virtudes de la infancia espiritual.»

Difícilmente encontraremos una explicación más clara y más autorizada que ésta, sobre la infancia evangélica, propuesta por Jesucristo a todos sus seguidores.

El secreto de la santidad para todos

El papa Benedicto XV nos dice, en su hermoso discurso sobre la Santa de Lisieux que

«llegó al heroísmo de la perfección por la práctica de las virtudes, que derivan de la infancia espiritual».

Añade también que: «todos vemos como los fieles de todas las naciones, edad, sexo y condición, han de entrar generosamente por este camino, por el cual Santa Teresa del Niño Jesús llegó al heroísmo de la virtud». «Toda la vida de la Santa está caracterizada por los méritos de la infancia espiritual. AQUÍ ESTÁ EL SECRETO DE LA SANTIDAD… para todos los fieles de todo el mundo.» «Deseamos, pues, que el secreto de la santidad de Sor Teresa del Niño Jesús, no quede oculto a ninguno de nuestros hijos.» «Tenemos motivos para esperar que el ejemplo de la nueva heroína francesa hará que crezca el numero de los cristianos perfectos, no solamente en su nación, sino entre todos los hijos de la Iglesia Católica.»

Con estas palabras tan alentadoras, el papa Benedicto XV propone este camino evangélico de perfección bajo la guía de aquella santa, que no cursó grandes estudios y,

«no obstante, poseyó tanta ciencia por si misma, que supo indicar a los demás el verdadero camino de la salvación. Y, ¿de dónde proviene esta copiosa cosecha de méritos? ¿Dónde ha cogido frutos tan maduros? En el jardín de la infancia espiritual. ¿De dónde recibe este tan amplio tesoro de doctrina? De los secretos que Dios revela a los niños.»

Son palabras textuales de este Papa.

La voz de la Iglesia

Bien podemos decir que es la voz de nuestra Santa Madre Iglesia la que nos propone solemnemente la infancia evangélica, tal como la entendió, propuso y practicó Santa Teresita.

El papa Pío XI, que tuvo el gozo singularísimo de beatificar y canonizar en pocos años a Santa Teresita, mostró un deseo vivísimo de que, siguiendo las enseñanzas de esta santa, emprendiésemos el camino de la infancia espiritual. Dice así en la homilía del día de la canonización:

«Damos igualmente gracias a Dios, porque a Nos, que tenemos el lugar de su Hijo Unigénito, ha permitido que hoy, desde esta cátedra, repitiésemos e inculcásemos a todos, en el transcurso de esta ceremonia, las enseñanzas saludables del divino Maestro.»

«Como le preguntasen sus discípulos quien sería el mayor en el reino de los cielos 2, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo estas memorables palabras: En verdad os digo que si no os cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos 3. La nueva Santa Teresa se penetró de esta doctrina y la trasladó a la práctica cotidiana de su vida. Más aun, ella, con sus palabras y con sus ejemplos, enseñó a las novicias de su monasterio este camino de la infancia espiritual, y lo reveló a todo el mundo, con sus escritos, que se han extendido por todo el mundo y que, seguramente, nadie ha leído sin quedar encantado de ellos, y sin leerlos y releerlos con gran gozo y provecho.»

«Esta cándida niña, flor abierta en el jardín cerrado del Carmelo, no contenta con añadir a su nombre el del niño Jesús, copió en si misma su imagen viviente; y así podemos afirmar que quienquiera que venere a Teresa, venera, al mismo tiempo, al divino Modelo, que ella reproduce.»

«Por esto hoy, Nos concebimos la esperanza de ver nacer, en las almas de los fieles de Cristo, como una santa avidez de adquirir esta infancia evangélica, la cual consiste en sentir y obrar, bajo el imperio de la virtud, tal como siente y obra un niño llevado de su natural.»

«De la misma manera que los niños pequeños, a los cuales ninguna sombra de pecado ciega, ni ninguna concupiscencia de pasiones mueve, gozan de la tranquila posesión de su inocencia, e, ignorando toda malicia y disimulo, hablan y obran según piensan, y se revelan en su exterior tal como son en realidad, de la misma manera, Teresa aparece más angélica que humana y dotada de una sencillez de niña, en la práctica de la verdad y de la justicia. La virgen de Lisieux tenia siempre presentes, en la memoria, estas invitaciones y estas promesas del divino Esposo: Si alguno es pequeño, que venga a Mí 4i. Seréis llevados sobre mi pecho y acariciados sobre mis rodillas. Como una madre acaricia a sus hijos, así yo os consolaré» 5.

«Desde el fondo de su claustro ­dijo, en otra ocasión, este Papa 6­ encanta al mundo con la magia de su ejemplo, ejemplo de santidad, que todos pueden y deben seguir. Porque todos han de entrar por este camino ­camino de una simplicidad de corazón, que no tiene de infantil más que el nombre­, por este camino de infancia espiritual, lleno de pureza, de transparencia de espíritu y de corazón, de amor irresistible, de la bondad, de la verdad y de la sinceridad.»

«Y esta virtud de la infancia espiritual, que reside en la voluntad del alma tiene, como más bello fruto, el amor.»

En estas palabras de Pío XI, conviene notar la manera como pondera la importancia de su declaración, así por razón del cargo que ostenta, esto es, de Vicario de Jesucristo, como por la solemnidad en la que lo predica, o sea, en el acto de la canonización. Además, confió en que verá propagarse el deseo vivísimo de adquirir esta infancia evangélica, en las almas de los fieles cristianos. Y, finalmente, da la definición exacta de la infancia espiritual, cuando dice que consiste en hacer por virtud sobrenatural lo mismo que hace el niño por natural sentimiento.

En verdad, es la voz de la misma Iglesia, Esposa de Jesucristo, que nos propone el camino espiritual enseñado por Santa Teresita, para seguir fielmente la doctrina evangélica del mismo Jesús.

La infancia espiritual de Santa Teresita

Oigamos cómo nos refiere la Santa la manera cómo ella encontró este camino o ascensor que nos enseña, para que podamos subir hasta Jesús, aunque seamos pequeños y débiles en la virtud.

«Mi constante deseo -dice ella 7­ ha sido siempre llegar a santa, mas ¡ay! cuantas veces me he comparado con los santos, he constatado siempre que entre ellos y yo existe la misma diferencia que observamos en la naturaleza entre una montaña cuya cumbre se pierde en las nubes y el obscuro grano de arena, pisado por los viandantes.»

«En vez de desalentarme, me he dicho: Dios no inspira deseos irrealizables; puedo, pues, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad. ¡ Engrandecerme, es imposible! He de soportarme tal como soy, con mis innumerables imperfecciones; pero quiero buscar la manera de ir al cielo, por un caminito muy recto, muy corto, por un caminito enteramente nuevo. Estamos en un siglo de inventos; hoy día, no es menester ya fatigarse en subir los peldaños de una escalera; en las casas ricas hay un ascensor que lo sustituye con ventaja. Quiero también encontrar un ascensor para re montarme hasta Jesús, puesto que soy demasiado pequeña para subir por la ruda escalera de la perfección.»

«He pedido. entonces, a los Libros Santos que me indiquen el ascensor deseado, y he encontrado estas palabras pronunciadas por boca de la misma Sabiduría eterna: Si alguno es pequeñito que venga a mi 8. Me he acercado, pues, a Dios, adivinando que había encontrado lo que buscaba, y, al querer saber lo que hará Dios con el pequeñito, he proseguido buscando, y he aquí lo que he encontrado: Como una madre acaricia a su hijito, así os consolaré yo: a mi pecho seréis llevados, y os acariciaré sobre mis rodillas» 9.

«¡Ah!, nunca habían venido a alegrar mi alma unas palabras tan tiernas y tan melodiosas. El ascensor, que me ha de subir al cielo, son vuestros brazos, ¡oh, Jesús! Para esto, no tengo ninguna necesidad de crecer, antes, al contrario, conviene que continúe siendo pequeña y, cada día, lo sea más. ¡Oh Dios mío!, habéis ido más lejos de lo que yo esperaba, y quiero cantar vuestras misericordias: Vos me habéis instruido desde mi juventud, y hasta ahora he publicado vuestras maravillas: yo continuaré publicándolas hasta mi extrema vejez» 10.

Esta relación, tan ingenua como sugestiva, se completa con una definición que ella misma nos da de la infancia espiritual, según consta en Novissima Verba, 6 de agosto. Preguntada sobre lo que ella quería significar, en la frase, permanecer niño pequeño delante de Dios, respondió la Santa:

«Es reconocer su nada, esperarlo todo del buen Dios, como un niño pequeño lo espera todo de su padre, es no inquietarse de nada, no buscar fortuna. Hasta entre los pobres se da al niño lo que le es necesario pero en cuanto se hace mayor, su padre ya no quiere mantenerle más y le dice: «Trabaja ahora, tú te puedes ya bastar a ti mismo.» Para no oír jamás tales palabras, por eso no he querido ser nunca mayor, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, la vida eterna del Cielo. Me he quedado siempre pequeña, no teniendo otra ocupación que la de coser flores, las flores del amor y del sacrificio y ofrecerlas al buen Dios para complacerle.

«Ser pequeño, es también no atribuirse a si mismo las virtudes que uno practica, creyéndose capaz de alguna cosa, antes bien reconocer que el buen Dios pone este tesoro de la virtud en la mano de su pequeño hijo para que se sirva de él cuando lo necesite; pero siempre es el tesoro del buen Dios. En fin, es no desanimarse poco ni mucho por sus faltas, porque los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño»‘ 11. 

Y que ella, por infancia espiritual, entendía la misma perfección y santidad, lo demuestra la respuesta que dio, en cierta ocasión, en que se hablaba, en su presencia, de los diferentes ejercicios de virtud, para conocer su sentir acerca de cuál era el más eficaz para llegar a la perfección.

«Oh, no ­dijo-, la santidad no consiste en tal o cual práctica; consiste en una disposición del corazón, que nos hace humilde y pequeño, en manos de Dios, consciente de nuestra debilidad y confiado, hasta la audacia, en su bondad de Padre» 12.

Es, pues, evidente, que la infancia espiritual, en el concepto de Santa Teresita, significa que hemos de tener en nuestro corazón un vivo sentimiento y un claro conocimiento de nuestra debilidad, lo cual ha de hacernos humildes y pequeños en manos de Dios. Pero, además, hemos de conocer y sentir igualmente, en nuestro corazón, la inmensa bondad paternal de Dios; hemos de confiar en Él hasta la audacia.

Por esto, decía el Papa Benedicto XV que la infancia espiritual está formada de confianza en Dios y de abandono absoluto en sus manos.

«La infancia espiritual -dice este Papa­ excluye de hecho el sentimiento soberbio de sí mismo, la presunción de conseguir, por medios humanos, un fin sobrenatural y la engañosa pretensión de bastarse a si mismo, en la hora del peligro y de la tentación. Por otra parte, supone una fe viva en la existencia de Dios, un práctico homenaje a su poder y a su misericordia, un confiado recurso en la providencia de Aquel que nos da la gracia, para evitar todos los males y obtener todos los bienes. Así, las cualidades de esta infancia espiritual son admirables, lo mismo si se miran en su aspecto negativo que si se estudian en su aspecto positivo y, entonces se comprende que Nuestro Señor Jesucristo la haya indicado como condición necesaria, para obtener la vida eterna» 13.

La infancia espiritual, como dice Monseñor Gay, es el comienzo y la consumación de la santidad. El comienzo, porque el buen Jesús dice que, si no nos hacemos como niños, no entraremos en el reino de los cielos, y la consumación, porque Él mismo nos dice que el que se humillare como un pequeñuelo, éste será el mayor en el reino de los cielos. 

EUDALDO SERRA BUIXÓ