Gerhard Ludwig Müller ante la Teología de la Liberación

4 de julio de 2012 Desactivado Por Regnumdei
En ocasión del nombramiento del nuevo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el obispo alemán Gerhard Ludwig Müller, se ha citado su vínculo con Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la Teología de la Liberación. Se difundió la idea de que Juan Pablo II y el entonces cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto del ex Santo Oficio, condenaron sin cuartel esta teología, por lo que la relación entre un obispo y un teólogo de la liberación (que, además, nunca fue condenado o sancionado por Roma) sería un elemento “sospechoso”.
 
En realidad, la instrucción “Libertatis nuntio”, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 6 de agosto de 1984, advertía sobre los riesgos y las desviaciones de la Teología de la Liberación que adoptaba el análisis marxista de la realidad. Eran los años en los que, en el “Continente de la esperanza”, había dictaduras y una parte de la Iglesia se había declarado de la parte de algunos movimientos de liberación de carácter marxista, aunque el viaje del Papa Wojtyla a Puebla, en 1979, para la reunión de los obispos del Celam hubiera marcado un cambio. Eran los años de Regan, y los Estados Unidos estaban combatiendo con todos sus recursos en contra del “imperio del mal” soviético: una batalla crucial se estaba librando justamente en América Latina. Sin embargo, no toda la Teología de la Liberación (que nació en América Latina durante los años post-conciliares) estaba en la mira de la Congregación, así como tampoco su «opción preferencial por los pobres». Era solamente el análisis marxista que algunos teólogos utilizaban lo que se condenaba.
 
El documento hablaba, efectivamente, de la «tentación de reducir el Evangelio de la salvación a un evangelio terrestre», con el riesgo de «olvidar el ingente trabajo desinteresado desarrollado por cristianos, pastores, sacerdotes, religiosos o laicos». Rechazaba los «a priori ideológicos» que se usaban como presupuestos para la lectura de la realidad social por parte de una cierta teología, que presentaba la lucha de clases como «una ley objetiva, necesaria» y hacía creer que «entrando en su proceso, al lado de los oprimidos, se «hace» la verdad, se actúa «científicamente». En consecuencia, la concepción de la verdad va a la par con la afirmación de la violencia necesaria, y por ello con la del amoralismo político». La eucaristía se transformaba en «celebración del pueblo en lucha», se identifica «el Reino de Dios y su devenir con el movimiento de la liberación humana».
 Fue justamente con la publicación de “Libertatis nuntio” que el cardenal Joseph Ratzinger, que había llegado algunos años antes al dicasterio doctrinal de la Santa Sede, comienza a ser identificado como el “enemigo” de los teólogos más abiertos, el “asesino” de las esperanzas que el Concilio había suscitado en los países pobres. Y lo que llega de la Iglesia católica wojtyliana se hace pasar como señal de apoyo a los regímenes anticomunistas que gobiernan diferentes estados del área latinoamericana.
 
Sin embargo, leyendo íntegramente ese primer primer documento sobre la Teología de la Liberación, se descubren pasajes que demuestran lo contrario. «Esta llamada de atención de ninguna manera debe interpretarse como una desautorización de todos aquellos que quieren responder generosamente y con auténtico espíritu evangélico a “la opción preferencial por los pobres”».
 
La Instrucción de la Doctrina de la Fe «de ninguna manera podrá servir de pretexto para quienes se atrincheran en una actitud de neutralidad y de indiferencia ante los trágicos y urgentes problemas de la miseria y de la injusticia. Al contrario, obedece a la certeza de que las graves desviaciones ideológicas que señala conducen inevitablemente a traicionar la causa de los pobres».
 
«Hoy más que nunca –sigue el documento–, es necesario que la fe de numerosos cristianos sea iluminada y que éstos estén resueltos a vivir la vida cristiana integralmente, comprometiéndose en la lucha por la justicia, la libertad y la dignidad humana, por amor a sus hermanos desheredados, oprimidos o perseguidos. Más que nunca, la Iglesia se propone condenar los abusos, las injusticias y los ataques a la libertad, donde se registren y de donde provengan, y luchar, con sus propios medios, por la defensa y promoción de los derechos del hombre, especialmente en la persona de los pobres».
 
La Instrucción, además, sostiene que «el escándalo de irritantes desigualdades entre ricos y pobres ya no se tolera», y que «la llamada de atención contra las graves desviaciones de ciertas «teologías de la liberación» de ninguna manera debe ser interpretada como una aprobación, aun indirecta, dada a quienes contribuyen al mantenimiento de la miseria de los pueblos, a quienes se aprovechan de ella, a quienes se resignan o a quienes deja indiferentes esta miseria. La Iglesia, guiada por el Evangelio de la Misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia 28 y quiere responder a él con todas sus fuerzas».
Al final del documento, no falta incluso una referencia al papel de los obispos, particularmente significativo para los exopentes de la jerarquía católica considerados demasiado “suaves” con el poder, cuando no parte del mismo. «A los defensores de “la ortodoxia”, se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y de los regímenes políticos que las mantienen. La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos, y especialmente a los pastores y a los responsables. La preocupación por la pureza de la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con una vida teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de servicio al prójimo, y particularmente al pobre y al oprimido». 
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO