TODO PODER VIENE DE DIOS

25 de noviembre de 2009 Desactivado Por Regnumdei

La solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, como Rey del Universo, finaliza el Año Litúrgico, donde meditamos su realeza en medio a las personas y los pueblos.

La fecha fue introducida en el calendario católico por el Pontífice Pío XI, en la carta encíclica: «Quas Primas». Este primer documento promulgado por el Papa, ya al inicio de su pontificado, en el año 1925, tenía como finalidad apuntar a la causa principal de una época en que el suelo europeo todavía no había absorbido toda la sangre derramada por las víctimas de la Primera Guerra Mundial. Y en que el mundo caminaba a pasos rápidos para una todavía peor.

 

Delante de los sombríos acontecimientos que cobraron tantas vidas, Pío XI, dirigiéndose a los obispos del mundo entero, afirmaba: «analicemos las causas supremas de las calamidades que vemos abrumar y afligir al género humano. En ella proclamamos claramente que este cúmulo de males invadió la tierra, porque la mayoría de los hombres se alejaron de Jesucristo y de su ley santísima, así como en sus vidas y costumbres, en la familia y gobiernos de Estados…» [1]

 

El mundo, en las palabras del Vicario de Cristo, se había distanciado de Aquel que es el camino, la verdad y la vida. Trayendo como consecuencia grandes infortunios.

 

La Iglesia, como madre de cuidado, siempre va en busca de sus hijos buscando alertarlos, instruirlos sobre la raíz más profunda del mal que les aflige. Pío XI apuntaba la causa de los sufrimientos por el cual el mundo pasaba: el no reconocimiento de Cristo Rey dentro de la sociedad humana.
Siguiendo la misma inspiración del Divino Espíritu Santo y la tradición de la Iglesia, el Papa Juan Pablo II, en su homilía a los empleados de varios organismos constitucionales de la República italiana, resalta la importancia de hacer reinar a Jesucristo en nuestras actividades, diciendo: «Entre las virtudes que deben brillar en vosotros figura sin dudas la lealtad a las instituciones, a las cuales estáis llamados a servir considerando la primacía de Dios: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.» (Mc 12, 17).

Este luminoso principio evangélico orientó a la Iglesia desde sus orígenes, impulsándola a mostrar gran respeto por las instituciones civiles. En ellas, y en los hombres que asumen su responsabilidad, se ha de ver una señal de la presencia de Dios, que guía los acontecimientos de la historia. «Omnis potestas a Deo» (Rm 13, 1): todo poder viene de Dios. En esto se apoya el deber de acatamiento a las leyes y a quien ejerce la autoridad. Sin embargo, todo se debe someter a la soberanía de Dios, hasta el punto de que en ningún caso puede llegar a ser obligatorio lo que se opone a su ley. El cristiano debe ser firme testimonio de este principio, yendo, cuando fuera necesario, «contra la corriente». «En este caso encontrará apoyo en la fuerza de la oración.» [2]

 

Nuestra humanidad de hoy busca la paz: rica de potencialidades y de expectativas, sin embargo amenazada por múltiples trampas y peligros, busca la paz.

 

La respuesta no estará en las palabras del Papa que instituyó la solemnidad De Cristo como Rey del Universo: Nunca resplandecerá una esperanza segura de paz y verdadera entre los pueblos, mientras los individuos y las naciones nieguen y rechacen el imperio de nuestro Salvador.

 

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[1] http://www.vatican.va/holy_father/pius_xi/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_11121925_quas-primas_sp.html
[2] http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/homilies/2000/documents/hf_jp-ii_hom_20001126_jubillaity_po.html